EL VOTO HUÉRFANO

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 12 de julio de 2013) 

De las casi tres millones de personas que votaron en las primarias del pasado 30 de junio, prácticamente un millón votó por alternativas que quedaron fuera de competencia. Son los votos que sumaron, entre ambas primarias, Andrés Allamand, Andrés Velasco, Claudio Orrego y José Antonio Gómez. ¿Qué sucede con esas preferencias? ¿Adónde van esos votos? ¿En qué situación queda el electorado huérfano de candidato con miras a la contienda presidencial de noviembre?

El compromiso político

La regla de oro de las primarias dice así: los candidatos perdedores se comprometen a apoyar al candidato ganador. Salvo en casos muy justificados –cuando se acusa juego sucio, por ejemplo- los derrotados no tienen más chance que desplazarse al comando del victorioso a reconocer su triunfo y expresar su voluntad unitaria. Si un postulante no está dispuesto a esto, entonces es mejor que no participe de una elección primaria que por definición tiene por objeto seleccionar un candidato único de un partido o coalición. Así lo entendieron los protagonistas del último domingo de junio. Orrego, Velasco y Gómez fueron a saludar a Michelle Bachelet mientras Allamand concurrió a la sede del gremialismo a hacer lo mismo con Pablo Longueira. Hay casos en cuales el ánimo del derrotado no es de los mejores (estamos enterados del poco fino impasse que sufrió el abanderado de RN en las dependencias de calle Suecia) y hay otros en los cuales todo es risa y complicidad (la ex presidenta aprovechó la presencia de Gómez en el escenario para molestarlo por la imitación de Kramer). Eso es normal. Los compromisos se pueden cumplir de buena o de mala gana, lo importante es que se cumplan. Pedirle a un candidato ofuscado y abatido que realice proezas circenses para demostrar amor está fuera de las exigencias razonables. Las elecciones primarias suelen provocar heridas que toman tiempo en cicatrizar.

Para el militante DC o radical, el compromiso de Orrego y Gómez se hace extensivo. No sólo por el compromiso puntual adquirido en las primarias sino por participar en la misma coalición que eventualmente va a gobernar a partir de marzo de 2014. En rigor, éstos no son huérfanos políticos. Plegarse al electorado bacheletista es una buena manera de asegurar que los cuadros propios van a incorporarse al aparato del estado. Si Longueira tuviera chance real de llegar a La Moneda, los integrantes de RN se encontrarían en una situación parecida, en este caso, la de conservar sus puestos después de terminar el gobierno de Sebastián Piñera. El votante de Velasco enfrenta una disyuntiva distinta porque no está buscando una tajada del poder ni espera ver a su líder sentado en un ministerio. El ex ministro de hacienda comprometió su voto pero señaló al mismo tiempo que no tenía herramientas para hacer endosos de ningún tipo. Su electorado, en la medida que no se siente parte de la Nueva Mayoría, sufre el peor tipo de orfandad política.

El menos malo

Las primarias deberían abrir el abanico de opciones para satisfacer la mayor cantidad de paladares. Es decir, hay más posibilidades de encontrar al candidato ideal antes y no después de las primarias, donde las opciones se acotan. El huérfano político es aquel que no encuentra en el menú ninguna oferta electoral idónea, pero cuya lealtad republicana lo empuja a buscar una alternativa entre los candidatos en competencia. Es el mismo fenómeno de escoger candidato en segunda vuelta. El candidato original ya no compite y sólo queda votar por “el menos malo”. Esto no significa darse vuelta la chaqueta, como erróneamente sostienen algunos. Ciertos valores republicanos impulsan al elector a ejercer su derecho a voto aunque sea con dolor de guata y un perrito en la nariz.

Esta será, seguramente, la decisión que tomarán muchos votantes de Allamand en noviembre. Con poco entusiasmo concurrirán a marcar preferencia por Longueira. Muchos de ellos detestan a la cerrada tribu gremialista. También consideran que pasar de Piñera al “jesuita de la UDI” es un preocupante retroceso civilizatorio para el sector. Pero lo prefieren antes que a Bachelet, sobre todo en esta versión radicalizada y caudillista. Son esos electores que en este escenario polarizado habrían votado felices por Velasco si éste se hubiera decidido a correr directamente a noviembre. Hoy están huérfanos pero en nombre de la ética de la responsabilidad se inclinarán por lo que ellos estiman es lo “menos malo” para Chile.

Vitrinear afuera

Aunque el gobierno nos trató de convencer con una agresiva propaganda que lo que no pasaba dentro de las primarias prácticamente no existía, lo cierto es que hay varios candidatos que siguen en competencia sin haber pasado por el 30 de junio. Sus nombres son Marco Enríquez-Ominami, Franco Parisi, Marcel Claude, Alfredo Sfeir, Tomás Jocelyn-Holt, Roxana Miranda y Gustavo Ruz. No sabemos cuántos de ellos efectivamente estarán en la papeleta pero ciertamente son alternativas válidas para que los huérfanos vitrineen fuera de las coaliciones tradicionales. El votante de Velasco, para empezar, puede sentir cierta simpatía por el discurso antipartidista de Parisi. O adherir a la batalla anti duopolio y pro libertades civiles de ME-O, por ejemplo. El votante de Gómez puede considerar que Bachelet no es lo suficientemente progresista y optar por Claude. O bien por Ruz, el autodenominado candidato del movimiento por asamblea constituyente. En una de esas algún orreguista recuerde que Jocelyn-Holt alguna vez fue democratacristiano y quiera darle su voto. Dicho de otro modo, los huérfanos de la primaria pueden encontrar casa política por adopción en una primera vuelta con alternativas múltiples. Como es probable que ninguno de estos candidatos pase a segunda vuelta, la orfandad se posterga de todos modos para diciembre.

No presto el voto 

Queda siempre una última opción para el huérfano definitivo e indomable, aquel que vio en la candidatura de Allamand, Velasco, Orrego o Gómez una luz insustituible. Aquel que no se interesa por ser parte de una coalición mayor ni se siente deudor de ningún compromiso. Aquel que no vota por el menos malo sino que se levanta sólo para marcar por el candidato que lo inspiró transitoriamente. Aquel que no encuentra en las alternativas de afuera ninguna digna de llevarse su preferencia electoral. Esta opción es anular, dejar la cédula en blanco o sencillamente no asistir a votar, que en el marco del sufragio voluntario es prácticamente lo mismo. Es el elector al cual, en jerga romántica, le mataron el poeta. Y nada se puede hacer para revivirlo. La lógica indica que se trata de perfiles celosamente independientes que sólo se mueven políticamente en base a la ética de la convicción. Dado el actual escenario y el tono de la campaña, quizás sea el velasquismo el grupo donde más abunda el huérfano total.

Estos son los tipos de huérfanos post primarias. El que se suma contento al ganador de su bando tiene un duelo corto. El que vota con la guata apretada enfrenta meses de orfandad más cruda. Para el que encuentra una buena opción en los outsiders, un clavo saca otro clavo. Y para quien nada puede llenar el vacío que dejó la derrota de su candidato, la orfandad dura por lo menos cuatro años.

Link: http://www.capital.cl/opinion/nosotros-los-huerfanos/

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