LA TRANSICIÓN CHILENA MIRADA DESDE AFUERA

por Daniel Brieba

Hace unos días, en una actividad del Departamento de Cs. Políticas de la Universidad de Oxford, me puse a conversar con otro compañero que, al igual que yo, viene recién llegando al programa de doctorado. De inmediato me preguntó por Chile y por su política, y en particular por la dictadura (fuera de Chile nadie le dice “el Gobierno Militar”). Me impresionó su nivel de conocimiento del caso chileno, dado que este personaje es albanés, y yo al menos de Albania sé poco y nada. Algo me preguntó por los años de Allende, pero lo que más le llamó la atención fueron los detalles que le conté sobre la transición chilena- cómo a comienzos de los ’80 la DC y el PS forjaron una alianza política y coordinaron la oposición, cómo algunos personajes políticos volvieron a Chile con permiso del régimen y otros igual volvieron aun sin tener garantías, cómo la propia Constitución de 1980 establecía el mecanismo institucional a seguir incluyendo un plebiscito revocatorio en 1988, etc. Le llamó mucho la atención la naturaleza de la negociación política involucrada, en que la oposición renunció a la vía armada a cambio de un compromiso del régimen militar de respetar los mecanismos institucionales que él mismo había diseñado, incluyendo el plebiscito. Pero lo que más le costaba entender era que siquiera se hubiesen producido conversaciones entre la Junta y la oposición- ¿Y Pinochet dejó en libertad a los líderes de la oposición? ¿Conversó con ellos? ¿Dejó que se organizaran? Y claro, yo le respondía que no fue tan así la cosa, que muchos líderes de la oposición corrieron riesgo personal en varios momentos, que no había precisamente garantías jurídicas a la libertad de asociación, que a un destacado líder lo metieron a la cárcel después del atentado a Pinochet en 1986, que las conversaciones entre los bandos fueron muchas veces indirectas, etc., pero que, al fin y al cabo, sí había habido oposición organizada y sí habían habido eventualmente negociaciones políticas formales. Su impresión con la historia sólo se reforzó cuando le conté que la dictadura había aceptado sin chistar su derrota en el plebiscito y se había ido 15 meses después.

 

A nosotros esta historia nos es tan conocida que no llama la atención. Pero a ojos del resto del mundo, la forma en que la dictadura llegó a su fin es profundamente sorprendente. Las dictaduras normalmente se van cuando colapsa su estructura de apoyo, es decir, la alianza específica de intereses que los mantenía en el poder. Generalmente esto sucede tras una crisis económica, la muerte del líder o una derrota militar (como en Argentina). En cambio, una transición pactada y gobernada por mecanismos constitucionales preestablecidos es un acontecimiento sumamente raro. Le sugerí a mi amigo albanés que quizás esta particularidad se había debido a la fortaleza de nuestra institucionalidad democrática anterior, que nos había legado partidos estables y con identidades fuertes, una tradición republicana relativamente apegada al cumplimiento del Estado de Derecho, y a una sociedad civil aun acostumbrada (a pesar de todo) a vivir en democracia, de tal forma que cuando Pinochet y una parte del ejército (según lo reporteado por La Tercera hace unas semanas en su artículo recordando los 20 años del plebiscito) quisieron desconocer el resultado del 5 de octubre, quedó claro que ni las otras ramas del Ejército ni los civiles en el gobierno estaban dispuestos a acompañarlos. Los resultados del proceso eleccionario que la misma dictadura había diseñado simplemente no podían ser ignorados sin destrozar al mismo tiempo las bases de la legitimidad del régimen a los ojos de sus propios partidarios.

 

No pretendo con esto sugerir que la dictadura no fue brutal ni que las atrocidades que se cometieron pueden ser absueltas por un acto final de redención en la entrega semi- voluntaria del poder. Los crímenes de lesa humanidad no pueden ser compensados con otros actos, ni mucho menos con el argumento del crecimiento económico que a veces se esgrime, como si nuestro bienestar material o incluso la reducción de la pobreza fueran moralmente equivalentes a la tortura y ejecución de individuos “indeseables” para un régimen. En esto, el liberalismo político es claro: argumentos utilitaristas no pueden nunca pasar por arriba de los derechos fundamentales de las personas, porque como dice Rawls, el hacerlo supondría tratar a los seres humanos como medios (es decir, sacrificables a un fin superior) y no como fines en sí mismos. Pero nada de esto le quita ni le pone a la observación, puramente empírica, de que la transición chilena fue literalmente excepcional. Ni tampoco afecta la observación, esta más evaluativa, de que hay mucho por lo cual estar agradecido en la forma en que partidarios y opositores al régimen llevaron a cabo la transición. Al privilegiar la paz por sobre la violencia política y al cumplir de lado y lado las promesas mutuas hechas en los difíciles años ‘80, sentaron las bases de confianza mutua y legitimidad institucional que nos han dado casi 20 años de progreso económico y social sin precedentes.

 

Después de la larga conversación sobre Chile, quise corresponder y le pregunté a mi compañero cómo había sido la transición en Albania (que fue gobernada por Enver Hoxha por más de 35 años, hasta 1985). No me quiso contar mucho- sólo se rió amargamente y me dijo, “bueno, ciertamente no hubo ‘conversaciones con la oposición’. La oposición estaba 6 pies bajo tierra”.

 

Me di cuenta que estaba recién llegado a Oxford, pero que ya había tenido mi primera lección en política comparada.

2 respuestas to “LA TRANSICIÓN CHILENA MIRADA DESDE AFUERA”

  1. antonia Says:

    daniel, no puedes contar esa historia sin hablar del rol preponderante de USA en el desarrollo de los acontecimientos. Luego del atentado a Pinochet en el año 1986, algún personero militar estadounidense, que desgraciadamente no recuerdo, vino a Chile y le dijo a Pinochet: «usted es el propagandista del comunismo más grande del mundo». Luego de eso, Estados Unidos dejó de apoyar al gobierno que había ayudado a instaurar 14 años antes. Y que fue particular la transición (y tal vez lo sigue siendo), claro que sí. Pero no por la buena voluntad de las partes sino porque ya no se contaba con ese tremendo apoyo. Basta recordar que siguieron habiendo muertes hasta bastante avanzados los años 80. El otro análisis es tierno, pero un poco ingenuo.

  2. Daniel Brieba Says:

    Bueno, acepto que contar una historia completa de la transición debería incorporar los factores internacionales que influyeron- y no sólo el rol de EEUU, sino también el hecho de que para 1988 la «tercera ola» de democratización en el mundo ya había recorrido el sur de Europa y casi toda América Latina a excepción de Chile. Pero no fue mi intención contar «la historia» de la transición, sino sólo reflexionar sobre un aspecto que le fue particular y que no deja de sorprender a las audiencias internacionales: su naturaleza altamente institucionalizada y pactada, precisamente porque es bien sabido que la dictadura de Pinochet fue una de las más represivas que América Latina ha conocido. Tampoco defiendo una visión voluntarista de la transición, como si militares y oposición se hubieran despertado un día y decidido que ya estaba bueno de violencia y dictadura y que era mejor tener paz y democracia. Pero tampoco creo en explicaciones puramente externas, en que EEUU es el ‘motor inmóvil’ de nuestra historia y nada de lo que se hizo o pensó en Chile tuvo suficiente importancia para cambiar nuestro destino más allá de atrasar o adelantar en unos pocos años la voluntad inexorable de EEUU. Los personajes históricos actúan, por el contrario, bajo una ‘libertad constreñida’, en que generalmente no pueden acceder a su opción preferida y deben optar entre opciones menos buenas y hacer sacrificios difíciles. Y en la medida en que hay una elección, hay libertad de haber actuado de otro modo. La DC y en particular los socialistas pudieron haber elegido la resistencia y la lucha armada, pero escogieron aceptar reglas del juego que no les gustaban con tal de sujetar al régimen a su propio itinerario institucional. Y la dictadura pudo haber intentado manipular el plebiscito, pudo desafiar a EEUU y ver cómo reaccionaba (económica y geopolíticamente manipular a Chile no es lo mismo que manipular a las pequeñas repúblicas del Caribe), en fin, pudo haber hecho mil cosas que las dictaduras de todo el mundo hacen para aferrarse al poder aun al costo de llevar a sus países al precipicio. Y suficiente gente dentro del gobierno (no necesariamente Pinochet) prefirió no tomar ese camino. A eso me refería al decir que ambos lados escogieron cumplir sus promesas mutuas (unos de aceptar las reglas, otros de dejar el poder) y que eso fue la base de la confianza mutua y gobernabilidad que han caracterizado a Chile desde entonces.

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