OBRA GRUESA

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 29 de abril de 2016)

Una analogía cementera eligió la presidenta -y luego sus ministros- para explicarle a los chilenos que este gobierno ya dio por terminada la fase estructural de las reformas. Lo que toca ahora, según Michelle Bachelet, es trabajar en las terminaciones. Sus partidarios se apuraron en enumerar las transformaciones realizadas, los proyectos aprobados, las iniciativas en marcha. Desde la derecha -con su ocurrencia habitual- alegaron que será tarea del próximo gobierno reconstruir los cimientos del edificio. Otros optaron por desmerecer los logros: según ellos, no se ha hecho nada sustantivo. Como fuere, es una narrativa que llama la atención: al gobierno le quedan prácticamente dos años en el poder. Uno quisiera pensar que esta coordinación discursiva no es casualidad y que las mejores mentes de La Moneda están detrás de su diseño. Pero, ¿qué quiere decir realmente Bachelet cuando dice que la obra gruesa ya está terminada?

La idea, reiterada por el ministro Eyzaguirre frente a los empresarios en Icare, tiene un sentido evidente: que la obra gruesa esté terminada implica que pueden estar tranquilos, que lo peor ya pasó, que no hay razón para temer nuevos temblores en la institucionalidad de las principales industrias. Es la doctrina Burgos-Valdés en acción: si queremos recuperar la confianza económica, hay que transmitir seguridades y no incertidumbres. Lo que se hizo fue necesario, dirá el gobierno, para cumplir con los pilares centrales del programa y enfrentar algunas demandas inescapables, especialmente en materia tributaria, educacional y política. Fue duro, controvertido, resistido tanto por la oposición como por el frente interno, pero ya pasó. Lo sentimos mucho. Tuvo que hacerse de esa manera. No hay otra forma de gobernar en períodos tan cortos. Los dos primeros años son útiles, luego empieza la vorágine electoral.

Por lo mismo, puede decir la Nueva Mayoría, los sapos había que comérselos de entrada. La Presidenta habla de terminaciones, pero una mejor analogía es la cosecha. Llegó el momento de mostrar algunos resultados. De lo contrario, la identificación con el gobierno será un lastre para los candidatos de la coalición. ¿Cuántos aspirantes a sillones municipales quieren sacarse la foto con Bachelet? Probablemente menos que en 2008. Las elecciones marcan el término anticipado de la voluntad transformadora del gobierno y el comienzo de una tregua artificial. Que las etapas realmente decisivas del proceso constituyente se hayan chuteado para el 2018 es prueba de lo anterior. Ese asunto es meterse en camisa de once varas, piensan incluso los propios. Que sea la gente la que decida en las próximas parlamentarias si le quiere echar bencina a esa máquina o no. Ahora es más rentable cortar cintas.

En consecuencia, es altamente probable que el próximo 21 de mayo venga en forma efectiva de cuenta pública –aunque sabemos que no cuesta mucho hacer pasar por realizadas algunas obras que en realidad están en pañales- y no de festival de promesas. Bachelet tiene que persuadir a la esquiva ciudadanía que no todo en su segundo mandato ha sido Penta, Caval y SQM. Que hay otras, menos malas, palabras. Que la segregación escolar debería retroceder en el mediano plazo con la eliminación de la selección y el copago. Que miles de familias ya están beneficiando de la gratuidad universitaria. Que la asfixiante escasez de oferta política debería retroceder con la reforma al binominal. Que el matrimonio igualitario está más cerca gracias al Acuerdo de Vida en Pareja y que Chile saldrá pronto de la poco honrosa lista de países que no admite la interrupción del embarazo ni siquiera cuando los derechos humanos de la madre están en juego. No es una refundación pero no es poco. No se gobierna para los maximalistas. Algunos quisieran aprovechar de reescribir todas las reglas del juego. Pero con el ritmo de improvisación y debilidad técnica que estaban saliendo algunas reformas, debería ser un alivio que la ansiedad transformadora no inunde otros campos del quehacer nacional. Como decía mi profesor de derecho civil, mejor pocas ideas pero claras.

Por supuesto, repetir el cuento de la obra gruesa no te saca de las turbulencias. El diablo está en los detalles. O en las terminaciones, para seguir con la metáfora. La agenda corta en materia de seguridad ciudadana no era parte de ninguna promesa y terminó imponiéndose en el gobierno por las circunstancias. Algunas de sus disposiciones terminaron aprobándose solo gracias al voto de la derecha. La coalición oficialista se presentó a esta batalla gravemente fraccionada. Asimismo, cada revestimiento puede ser un dolor de cabeza para un equipo al que le cuesta una enormidad domesticar la agenda. Las esquirlas de Caval, por otra parte, siguen incrustadas en la piel de la mandataria… Respire jefa. No se dará ni cuenta y esta pesadillezca segunda administración habrá terminado. Será problema del candidato o la candidata que represente las banderas de la Nueva Mayoría defender su obra gruesa.

Link: http://www.capital.cl/opinion/2016/04/28/150450-obra-gruesa

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