NO HAY LUCHA HEROICA EN EL DESPLANTE DE LOS CANALLAS

por Cristóbal Bellolio (publicada en Las Últimas Noticias del 22 de mayo de 2016)

La idea de esta columna era comentar la cuenta presidencial del 21 de mayo. Pero es difícil hacerlo cuando la noticia más importante de la jornada no estuvo adentro sino afuera del Congreso. No es que los anuncios de la Presidenta no hayan sido importantes. Es que la muerte de Eduardo Lara es un hito demasiado dramático como para ignorarlo. Compatriotas que creen luchar por un mundo mejor –especialmente para la clase trabajadora- probablemente sin quererlo, pero a consecuencia de su violencia indiscriminada mataron a un hombre que trabajaba como guardia de seguridad en una farmacia porteña. Como el crimen contra Nabila –la mujer que fue salvajemente atacada en Coyhaique- se trata de otro golpe bajo que nos obliga a mirar de frente nuestras miserias.

Uno de los acuerdos fundamentales de una sociedad civilizada es el compromiso de resolver las discrepancias a través del diálogo político y la vía democrática. Quienes renuncian a ello pierden toda legitimidad para que sus puntos de vista –que pueden contener reivindicaciones justas- sean tomados en cuenta. Eso es una obviedad. Pero algunos grupos revelan una falla cognitiva persistente para entenderlo. Para peor, su desvarío caricaturesco es animado por adultos que ostentan alguna tribuna de opinión. Son los cómplices pasivos del asesinato de Lara. Son pocos, menos mal. Pero hacen daño. Daño irreparable a la familia del hombre que trabajaba un sábado para llevar pan a su casa. Daño inconmensurable a las propias causas de los manifestantes pacíficos. Daño reiterado a la ciudad, a su patrimonio, a sus espacios públicos y sus habitantes. Valparaíso, en particular, es ultrajado por individuos que suspenden el recurso de la razón –lo que nos hace característicamente humanos- y se abandonan al instinto demencial de la danza destructiva, el rito del egoísmo –el placer de dejar una huella en la pared- y el autoengaño mononeuronal de creerse “combatientes”.

Esto no es culpa del sistema ni del capitalismo ni de la constitución. Ningún balbuceo chorizo ni gimnasia sociológica derriban al sentido común que funda dicho acuerdo civilizatorio básico. Justificar de alguna manera el cobarde asesinato de Lara –asfixiado por una molotov anónima pero arrojada por varias manos- es abdicar del fundamento que nos permite vivir juntos. No hay lucha heroica en el desplante de los canallas. Pido disculpas por no referirme al discurso de Bachelet. Escribo estas líneas a la distancia y en caliente, con una genuina tristeza y una superior impotencia. Confío que incluso los que prefieren poblar la calle con el puño al viento serán capaces de aislar a estos egocéntricos patológicos. Confío menos en la respuesta del estado. Todos los años se repite algo similar y no hay estrategia policial que resista. La protesta social es un derecho sagrado, pero como todos los derechos hay que cuidarlo de aquellos que en su abuso lo ponen en riesgo. Habrá que pensar en el epitafio de Eduardo Lara, el trabajador que murió a manos de autoproclamados revolucionarios que dicen pelear por los trabajadores.

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