REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA Y EL PROBLEMA DEL CHAVISMO

por Cristóbal Bellolio (publicada en Las Últimas Noticias del 6 de agosto de 2017)

Revolución Democrática es probablemente el más importante de los partidos y movimientos que conforman el Frente Amplio. Su candidata presidencial ya está segunda en algunas encuestas. Es, junto a Evópoli, el referente generacional de mayor proyección en nuestro país. Por eso es relevante examinar su doctrina y la manera en la cual articula su discurso político.

En ese contexto, su declaración sobre la crisis venezolana es preocupante. El argumento central del comunicado pareciera ser el siguiente: las democracias no se evalúan según el cumplimiento de ciertos procedimientos sino a partir de los valores sustantivos que promueve. El proyecto chavista que hoy encabeza Nicolás Maduro, en esta narrativa, estaría transitando por el lado correcto de la historia.

El problema es que esos procedimientos están justamente instituidos para garantizar a todos los sectores iguales condiciones de participación y acceso al poder. Una vez violados dichos procedimientos, cuesta hablar de democracia (aunque no baste para hablar de dictadura en el sentido tradicional, como le preocupa a RD).

En el caso venezolano, ha sido el chavismo en el poder el que ha erosionado dichas garantías. Lo ha hecho diseñando un aparato estatal -que incluye a las fuerzas armadas y las cortes de justicia- a imagen y semejanza ideológica del gobierno de turno. Y aquello porque el chavismo no se concibe a sí mismo como un titular temporal del poder político, sino como un proyecto revolucionario llamado a cumplir un designio histórico que no admite alternancia ni paréntesis. Dicho de otro modo, los valores sustantivos de dicho proyecto justiciero no pueden ser importunados por formalidades burguesas -los procedimientos a los que se refiere RD.

Maduro lo ha dicho sin anestesia: defenderán la revolución bolivariana con sangre si es necesario. Ni siquiera con las propias reglas del juego planteadas por la constitución chavista. Maduro ya se hizo el sordo con el referéndum revocatorio que correspondía convocar y más tarde despojó al Congreso -de mayoría opositora- de parte importante de sus atribuciones. En resumen, Maduro y sus partidarios (dentro y fuera de Venezuela) creen que la pureza de sus anhelos y reivindicaciones están por sobre todo lo demás. Es una convicción implacable -la convicción de los fanáticos- que resulta incompatible con un principios democrático fundamental, a saber, la conciencia de que a veces el poder será ejercido por quienes piensan distinto a nosotros. El que no está dispuesto a compartir y soltar el poder, no está capacitado para la democracia. Desmerecer la función garante de las reglas procedimentales de una democracia es como aceptar la moralidad de la trampa en un juego porque «en el fondo merecemos ganar».

Pero además de preocupante es estratégicamente torpe. Los movimientos de izquierda que pueden darse el lujo de defender a Maduro son otros. En cambio, RD tiene un rol preponderante que jugar en la discusión constituyente chilena. Representa, se supone, una izquierda sensata capaz de establecer puentes, generar confianzas y construir acuerdos de largo plazo. Pero pocos puentes, confianzas y acuerdos se producen si -de entrada- nos notifican que su estilo es el chavista. No se juega con aquellos que justifican la trampa y se llevan la pelota para la casa cuando no les gusta el resultado.

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