por Cristóbal Bellolio (publicada en Las Últimas Noticias del 26 de diciembre de 2016)
En las últimas semanas, varias voces al interior de la derecha han advertido de la necesidad de contar con un Plan B en caso que el ex presidente Piñera decida no intentar la reelección. Es un escenario complejo para el sector: Piñera puntea prácticamente todas las encuestas y es –lejos- la carta más competitiva que disponen los partidos de Chile Vamos. Si finalmente decide dar un paso al costado, la derecha tendrá que parir un candidato presidencial decente en cosa de meses.
Opciones no le faltan. Felipe Kast ya se tiró a la piscina. Su proyecto apunta a un electorado de centroderecha moderada, comparativamente más liberal que sus socios, sin los amarres históricos de la complicidad dictatorial. Otro que hace rato muestra los dientes es el senador Manuel José Ossandón, probablemente el único de los alternativos que marca espontáneamente en las encuestas. Tiene una base electoral envidiable. Su discurso conecta con la derecha más tradicionalista, aquella que piensa en Dios y la patria como coordenadas centrales de la acción política. Un poco más a la derecha, aun, se encuentra José Antonio Kast. Aunque ya no milita en la UDI, es un gremialista hecho y derecho. No tiene una narrativa necesariamente confesional, pero está cerca. Más atrás están los eternos segunda-línea de Piñera: Andrés Allamand y Alberto Espina. Por ahí se menciona incluso a Francisco Chahuán y a Hernán Larraín. Es decir, alternativas hay.
El problema actual de las alternativas es que ninguna puede crecer mucho mientras Piñera mantenga la indefinición. Mientras más tiempo se tome, menos espacio tienen las candidaturas emergentes para desarrollarse. En cambio, si Piñera dice mañana que no corre, la derecha debe prepararse para una primaria de miedo entre pesos medianos que aspiran a peso completo.
Algunos consideran que esta no es una posibilidad realista. Que Piñera debe ser candidato sí o sí. Que no tiene sentido ponerse en escenarios inciertos. Sin embargo, el temor de que Piñera se baje de la carrera tiene cierto fundamento. Ha dicho públicamente que su familia no mira con buenos ojos el proyecto. Significa volver a estar en el ojo del huracán. La vara está más alta que nunca en materia de transparencia y probidad. A Piñera, sabemos, le cuesta entender que política y dinero no se mezclan. Los malos ratos están asegurados. Algunos sostienen que el ex presidente está midiendo fríamente todos sus flancos abiertos para evaluar el riesgo de desangramiento en medio de la campaña. Sería, en efecto, el peor escenario: que la candidatura de Piñera quedara herida con la carrera en tierra derecha, cuando sea tarde para pensar en un Plan B.
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