por Cristóbal Bellolio (publicada en Las Últimas Noticias del 29 de agosto de 2016)
Lo que hace particularmente interesante el debate sobre la eventual prohibición del rodeo es que ninguna de la posiciones se impone con obviedad. Los defensores de este “deporte” sostienen que se trata de una manifestación propia de nuestra tradición, enraizada en el mundo cultural del campo chileno. Sus detractores argumentan que –una vez que acordamos que los animales no humanos son dignos de nuestra protección y respeto moral- no existe razón para distinguir entre distintas formas de maltrato deliberado.
Fue el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue (PC) el que hizo la primera movida vetando la práctica del rodeo en su comuna –así como el uso de animales en espectáculos circenses. Han sido, en cambio, políticos de la UDI -como el senador Coloma- lo que han salido con mayor fuerza a defenderlo. Quizás sea posible identificar un viejo patrón: mientras la izquierda aboga por la expansión del radio de los derechos –en este caso, de nuestra especie a otras especies- la derecha considera que hay un valor fundamental en la tradición, en aquella sabiduría que se acumula con el tiempo.
Son dos causas básicas de la acción política, pero ninguna de las dos puede darse por descontada. La tradición, por ejemplo, no es autoexplicativa. Lo que queremos saber no es si acaso se viene practicando hace mucho tiempo o si sus cultores representan al huaso chileno, lo que queremos saber es si acaso se trata –normativamente hablando- de algo bueno o malo. Y si es malo, si es de aquellas conductas que por su desvalor no pueden quedar entregadas al criterio privado sino que requieren intervención pública. Mencionar la cantidad de empleos que genera el rodeo tampoco es un argumento invencible. Si bien es una consideración práctica relevante, es el juicio moral sobre la actividad lo que determina la decisión. La esclavitud, sin ir más lejos, fue siempre un negocio rentable.
Quienes se oponen al rodeo se enfrentan a un mar de preguntas: ¿no son acaso los mismos que apoyan el aborto los que ahora dicen defender a los animales? Si son animalistas, ¿por qué entonces no promueven con la misma fuerza la prohibición del consumo de carnes y pescados? Si los animales tienen derechos, ¿no deberíamos ser todos veganos? Por supuesto, estas preguntas cargan muchas falacias, pero es importante hacerse cargo de ellas.
Este tipo de debates públicos –que se toman las editoriales y los foros universitarios- son fundamentales para ejercitar el músculo reflexivo de la ciudadanía. Con razón nos quejamos de la eliminación de filosofía del currículum. Pero ésta es la verdadera clase de filosofía democrática: la que nos permite razonar colectivamente sobre los argumentos a favor y en contra de una posición. Y usted, ¿cree que el rodeo es una institución tradicional que hay que defender? ¿O es de aquellos que apela por su abolición en consideración al sufrimiento animal?
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