Archive for enero 2018

¡ABAJO LOS INTELECTUALES!

enero 29, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic el 25 de enero de 2018)

Populismo es un concepto jabonoso. Para entenderlo mejor, la editorial de la Universidad de Oxford acaba de publicar un compendio con la mirada de académicos de todo el mundo que han estudiado sobre el tema. Para nosotros, la novedad es que dos de sus editores trabajan en universidades chilenas: Cristóbal Rovira en la Universidad Diego Portales y Pierre Ostiguy en la Pontificia Universidad Católica. Por si fuera poco, Rovira escribió junto al reconocido especialista Cas Mudde el volumen sobre populismo de la reconocida colección de introducciones breves de la misma prestigiosa editorial. Es decir, Chile se está convirtiendo en un foco de investigación de alto nivel sobre el fenómeno del populismo.

Aunque hay discrepancias, la gran mayoría de los especialistas coincide en que todas las formas de populismo apelan al pueblo y denuncian a la élite. Es decir, exaltan las virtudes de la gente común y corriente, la que vería sus intereses truncados por culpa de una élite corrupta y fuera de contacto con la realidad. Es una relación antagónica: el líder populista necesita de un enemigo visible para articular su narrativa redentora. La élite que ataca el populismo no es necesariamente económica. Puede ser social o cultural. En este último sentido, el populismo suele ser anti-intelectualista. No le gustan los expertos. En contraste, el populismo dice hablar desde el sentido común. Como lo describía el historiador Richard Hofstadter, el anti-intelectualismo consiste en una actitud de sospecha frente a todo eso que ocurre en los laboratorios, las universidades, los cuerpos diplomáticos y en general frente a los grupos más educados de la población.

Me acordé de todo esto a propósito de la respuesta que el ex candidato presidencial José Antonio Kast le dedicó a mi columna “Rubios del Mundo, Uníos”. En su texto, Kast sugiere que nuestra diferencia radica en que él no tuvo “el privilegio de estudiar un postgrado”, lo que le impidió llenarse de “conceptos, ideas foráneas y citas de autores extravagantes que son capaces de explicar cómo funciona el mundo desde una biblioteca”. Señala, en suma, que mi incapacidad para entender al ciudadano promedio tiene que ver con mi calidad de intelectual, pues la descripción correcta de la realidad no la entrega un paper académico. Después de un ejercicio de victimización –que no hace más que confirmar dramáticamente el punto central de mi columna original-, remata que su intención es “darle visibilidad a esa mayoría silenciosa que ha sido marginada… olvidada de los papers y discusiones extranjeras”. Esa realidad que también ignoran “las columnas de El Mercurio, La Tercera, The Clinic o la Revista Capital”. Él, en cambio, sí conoce esa realidad: Kast está del lado del verdadero pueblo, y su adversario es la élite.

En este sentido, Kast desarrolla una narrativa populista de manual. La columna vertebral de su discurso es el anti-intelectualismo. Recuerda las amenazas que ha dirigido el primer ministro húngaro Viktor Orbán –un caso de estudio de populismo contemporáneo- contra la Universidad Central de Europa con sede en Budapest, comandada por el intelectual liberal Michael Ignatieff. Evoca también el estilo de Nigel Farage, el líder del partido nacionalista euroescéptico UKIP, que gustaba de retratarse en la barra de un bar para posar de ciudadano común. La batalla por el Brexit estuvo cargada de sentimiento anti-intelectualista. “Gran Bretaña ya está cansada de los expertos”, espetó el dirigente conservador Michael Gove. Recuerda también a Sarah Palin del Tea Party gringo, cuyo “populismo chic” –como lo bautizó Mark Lilla- amenazaba incluso con barrer con el aporte intelectual de la propia tradición conservadora. Trae a la memoria, finalmente, el relato de Fujimori contra Vargas Llosa en Perú: todo lo que prestigiaba al Nobel peruano en el circuito internacional y la élite local –su erudición, su ideario liberal, su cosmopolitismo- fue convenientemente presentado por el fujimorismo como un lastre que lo incapacitaba para comprender la realidad del ciudadano medio.

Pensábamos que el modelo de populista anti-intelectual lo encarnaba Manuel José Ossandón (quien dijo su programa costaría exactamente “cuatro mil trescientos cuarenta y cuatro mil quinientos millones, coma cinco dólares” como una forma de ridiculizar a los políticos que sí manejan los números). Pero quizás sea José Antonio Kast quien encaje mejor en la categoría. Su apelación a la mayoría silenciosa también es de manual. Viene de tiempos de Nixon y busca romper el eje tradicional de izquierda y derecha para situar un nuevo clivaje: nosotros, la mayoría común, versus ellos, el establishment. Su alusión sarcástica a ciertos medios de prensa está en consonancia con la típica denuncia Trumpiana a los “medios liberales”. Todo esto sin mencionar las otras características propias del fenómeno populista que se acumulan en el personaje político de José Antonio Kast: un caudillo carismático sin estructura orgánica, adorado por sus seguidores –le llaman “emperador”- y festejado transversalmente por sus simpáticas ocurrencias que subliminalmente refuerzan el mensaje (los “martes de pololeo” resaltan su sencilla virilidad y el “rayo derechizador” su calidad de hombre fuerte).

Chile se está convirtiendo en un foco de investigación de alto nivel sobre el fenómeno del populismo, como lo demuestra el trabajo de Rovira y Ostiguy. Pero también está dando material local para el análisis. Aunque para Kast esto no sean más que “conceptos, ideas foráneas y citas de autores extravagantes”, al menos ya no son “discusiones extranjeras”.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/01/24/columna-cristobal-bellolio-los-intelectuales/

NOSTALGIA NOVENTERA

enero 24, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 19 de enero de 2018)

Un fantasma recorre Chile: el fantasma de la frustración de la generación que fue joven en los noventa y que no entiende en qué momento les cambiaron el país. Se trata de la generación que adquirió consciencia política hacia fines de los ochenta y miró como sus padres condujeron el retorno a la democracia. Usando el término popularizado por la novela de Douglas Coupland, son nuestra generación X, esa nacida entre mediados de los sesenta y fines de los setenta.

Hoy están desorientados: sus hermanos menores –los Millennials– irrumpieron con todo en la escena política. Han renegado de la transición, se olvidaron de Pinochet, fundaron partidos propios y aspiran a ejercer el poder lo antes posible. A la generación X chilena, en cambio, le enseñaron que había que esperar. Esperar a cumplir cincuenta para heredar los partidos. Pregúntenle a Álvaro Elizalde. Los Millennials no esperan. Vienen por todo.

Los X están genuinamente preocupados. Fueron testigos de lo difícil que fue la transición. Se acuerdan del Chile que tenía casi la mitad de la población viviendo en la pobreza. Se acuerdan del primer McDonalds que se instaló en Santiago. Se acuerdan de cuando llegó la música electrónica y las pastillas, como contaba Hernán Rodríguez Matte en “Barrio Alto”. Se acuerdan de ese Chile contenido a la espera de un destape que nunca llegó. Sobre todo se acuerdan que la política era un asunto de adultos. Ellos no estaban para gobernar, sino para observar cómo gobernaban sus papás. La vida era eso que transcurría en el frívolo gozo individual de la bonanza económica, eso que pasaba en los cuentos de Alberto Fuguet.

Por eso volcaron su irreverencia juvenil en otras expresiones culturales. Armaron canales de televisión como el Rock ‘n Pop y organizaron talleres literarios en la Zona de Contacto. Son la generación que hizo Plan Z y fundó The Clinic. Lo cuenta Rafael Gumucio en su nuevo libro “La Edad Media”. Eran irreverentes porque desacralizaban los tabúes de una sociedad en transición hacia la modernidad, todavía encerrada en sus traumas. Era el país donde no se podía ver La Última Tentación de Cristo y la sodomía todavía estaba en Código Penal. Fueron irreverentes cuando ser irreverente era sexy. En el país de los Jaguares, los estelares pagaban millones para que un comentarista deportivo fuera a despotricar contra todo lo que se movía. El  Chino Ríos llegaba a ser número uno del planeta mientras mostraba una indiferencia sublime frente a los procesos políticos y sociales que ocurrían en su tierra. Clasificar a un Mundial no era un derecho, sino un privilegio. Fue una generación que jugó con todo, pero no le dejaron tocar el poder.

Por eso se incomodan ante el tonito pontificante de sus hermanos chicos, que creen que el mundo empezó con ellos. Es una frustración que sin quererlo se cuela en las páginas de “Chamullo”, el último libro de Oscar Landerretche: al autor le molesta la actitud mesiánica de estos jovenzuelos que adquirieron conciencia política en un Chile sin carencias materiales graves. Les cuestiona su idealismo romántico, su ética maniquea. Les critica su incapacidad de mirar el país en perspectiva. Porque los Millennials no se acuerdan del ejercicio de enlace ni de lo que era vivir con Pinochet instalado en la Comandancia en Jefe, atento a cualquier atisbo de reforma sustancial de su legado.

Como no se acuerdan, creen que sus hermanos mayores fueron pusilánimes. Que no le pusieron empeño real a las transformaciones. Por lo demás, nunca mostraron hambre. Se conformaron con que Lagos les diera un par de subsecretarías. Fue lo más cerca que estuvieron del poder real. Antes de eso ni hablar: Aylwin y Frei gobernaron con sus abuelos. Marco Enríquez-Ominami fue el único que se atrevió. Pero ya era tarde. Los Millennials lo jubilaron apenas dos años después de irrupción presidencial.

El mundo que añora Gumucio ya no existe. En los noventa, pasaba por genio irreverente. En tiempos de corrección política, la irreverencia se paga cara –como lo paga Gumucio cada vez que sugiere alguna teoría sobre las mujeres o los animales en redes sociales. El título de su libro es perfecto: para los jóvenes progresistas con los cuales discute en Twitter, la era dorada de Gumucio es medieval. Un humorista se podía llevar un cargamento de gaviotas ridiculizando homosexuales y Plan Z hacía “Mapuches Millonarios”. Estos, en cambio, son los tiempos del stand up combativo, feminista y que se toma la comedia muy en serio. En el país donde ya no circula la Bomba 4, el sketch de Plan Z habría sido acusado de perpetuar estereotipos racistas contra un colectivo vulnerable. Gumucio habría querido ser Zizek. Pero mis hermanos chicos lo encuentran parecido a Villegas.

Los Millennials no entienden a Gumucio. No creen que sea de izquierda. Lo consideran un conservador. Muchas veces, entre broma y en serio, así suena. Pero cómo no ser conservador si el mundo que te vistió de fama ya se fue. “La Edad Media” es un retrato de ese mundo. Para el disfrute nostálgico de aquellos que fueron jóvenes en los noventa, pero especialmente para que las nuevas generaciones le tomen el pulso al país que existía justo antes de que ellos llegaran a cambiarlo todo.

Link: http://www.capital.cl/opinion/2018/01/18/147225/nostalgia-noventera/

CRÓNICA DE UN ÉXITO ANUNCIADO

enero 21, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 18 de enero de 2018)

La votación del proyecto de ley de identidad de género le dio al senador electo Felipe Kast la oportunidad que estaba buscando: distinguirse del conservadurismo esencialista de sus socios y mostrar la cara liberal que no pudo ofrecer en la discusión del aborto en tres causales. Que se le hayan echado encima parlamentarios reconocidamente pechoños de su sector es pura ganancia para el joven Kast y su partido: le permitió articular un discurso sobre el compromiso de Evópoli con la libertad de las personas, no sólo en la dimensión económica sino también moral. Les sirve también para dar vuelta la página respecto de las declaraciones de su senadora por chiripa Carmen Gloria Aravena y su negativa a legislar favorablemente el matrimonio igualitario.

Esta será la tónica de los próximos años. La nueva bancada de Evópoli, comandada por Kast, buscará la manera de matizar el momiaje de Chile Vamos en aquellas batallas bautizadas como “valóricas”. Se generará tensión porque la UDI y RN acusarán deslealtad con el programa del presidente Piñera. Cada vez que ello ocurra, Evópoli cosechará la simpatía de parte importante del electorado de derecha que no es tan conservador como la gran mayoría de sus dirigentes.

Lo de Evópoli es la crónica de un éxito anunciado. Cuando Allamand intentó forjar una derecha liberal a contrapelo de los carcamales que Renovación Nacional (RN) absorbió de la dictadura, fracasó estrepitosamente. Al poco tiempo, Allamand se sumó al bando Lavinista y desde entonces nunca más figuró entre los referentes liberales del país. La idea noventera de Allamand no era mala. Pero, como enseña su biografía política, suele llegar a destiempo. Su epitafio dirá: aquí yace un adelantado. Diez años más tarde apareció un colectivo llamado Independientes en Red, donde muchos de los fundadores de Evópoli se vieron por primera vez las caras: Hernán Larraín Matte, Francisco Undurraga, Francisca Florenzano, el propio Kast, entre otros. Este proyecto tampoco tuvo un final feliz, pero sirvió para despertar el hambre de un nuevo elenco. Diez años después de eso, ya hay suficiente agua en la piscina para esa esquiva derecha liberal, aunque sea en una versión tímida.

Dos factores contribuyen a ello. El primero es la derechización de RN. La vieja derecha pre-pinochetista funcionaba en base a la alianza histórica de liberales y conservadores. Con la llegada de la democracia, era razonable reeditar el pacto. De ahí el atractivo de la llamada “patrulla juvenil” y de los esfuerzos del propio Allamand. Pero tras el Lavinismo vino el largo reinado de Carlos Larraín en RN y las posibilidades de articular una voz liberal consistente desde ahí se desvanecieron. A Don Carlos no le gustaban los pipiolos, como los llamaba con sorna. Entonces, los pocos liderazgos liberales que habitaban en RN se marcharon. Lily Pérez y Karla Rubilar fundaron Amplitud. Y aunque esta apuesta no haya funcionado electoralmente, su nacimiento sí dio cuenta de una necesidad insatisfecha. Esa necesidad la satisface hoy Evópoli, que se ve mejor aspectado que Amplitud. En resumen, Evopoli no habría sido necesario si RN hubiese cumplido su rol como patita liberal en una gran alianza con los conservadores de la UDI. La historia dirá que Carlos Larraín fue uno de los principales instigadores del éxito del clan de Kast y compañía.

El segundo factor es generacional. Piense en el universitario promedio que simpatiza en general con las ideas de la derecha. Se define libremercadista, no tiene ningún vínculo emotivo con Pinochet y adquirió consciencia política en un país culturalmente más abierto y menos pudoroso que el de sus padres. Ese joven tiene pocos incentivos para militar en partidos que nacieron para defender la obra de una dictadura que no conoció y cuyos parlamentarios se han opuesto sistemáticamente a todas las cuestiones que a él le parecen obvias: diversidad de orientación sexual, posibilidad de divorciarse, igualdad legal entre hijos nacidos fuera y dentro del matrimonio, acceso a la píldora del día después, etcétera.

Un reciente estudio de la socióloga Stephanie Alenda confirma esta hipótesis. Alenda examinó el posicionamiento de los dirigentes de los partidos de Chile Vamos en una serie de materias. Mientras no se registraron grandes diferencias en el eje económico, en el eje “valórico” las discrepancias entre Evópoli y sus socios fueron manifiestas. Mi hipótesis adicional es que Evópoli arroja un perfil más liberal justamente porque el grueso de sus adherentes pertenece a una nueva generación. Dicho de otro modo, la mayoría de los jóvenes que se forman tanto intelectual como afectivamente en circuitos familiares y culturales de derecha preferirán a Evópoli porque se conecta mejor con su propia experiencia histórica en un Chile que ha cambiado progresivamente de piel. En jerga financiera, mientras la UDI y RN gozan en la actualidad de un saludable stock de militantes, en términos de flujo la situación de Evópoli parece más auspiciosa. Están condenados a crecer. El sueño de Allamand lo hará finalmente realidad Felipe Kast.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/01/17/columna-cristobal-bellolio-cronica-exito-anunciado/

RUBIOS DEL MUNDO, UNÍOS

enero 15, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 11 de Enero de 2018)

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Días después de la primera vuelta concurrí a las dependencias de la Fundación para el Progreso (FPP) a comentar los resultados con un grupo de jóvenes que participan habitualmente de sus actividades. En los últimos años, la FPP ha sido un activo polo de discusión intelectual en torno a las ideas del liberalismo clásico. Cuenta con destacados polemistas  –probablemente el más conocido es Axel Káiser- y desarrolla un trabajo formativo envidiable. Por eso me llamó la atención cuando averigüé que la inmensa mayoría de la concurrencia había votado por José Antonio Kast (de aquí en adelante, JAK) en la elección presidencial.

JAK no sólo no es liberal. Es un anti-liberal. En campaña fue tan liberal como pudo serlo Artés o Navarro. Estos jóvenes de la FPP no pertenecían a la familia militar ni parecían ser evangélicos u Opus Dei. Es cierto que JAK prometió bajar impuestos y achicar el estado, pero a estas alturas no hay liberalismo serio que crea que ésa es la batalla central. El liberalismo se trata de construir reglas donde personas con distintos proyectos de vida puedan vivirla en condiciones de relativa autonomía y el poder político las trate a todas con igual respeto. JAK, por el contrario, no cree en las virtudes del pluralismo. Piensa que su particular idea de la vida buena –que en este caso coincide con una creencia religiosa- tiene que ser respaldada por las instituciones públicas. No hay tal “liberalismo” de JAK.

Al rato comenzaron a fluir mejores explicaciones: JAK dice lo que piensa, aunque no sea popular; JAK dice las cosas como son, lo que muchos estamos pensando pero no nos atrevemos a decir públicamente para evitar la camotera; JAK, en cambio, va de frente contra los “progres” y su intolerancia frente a las opiniones minoritarias; JAK es el líder que desafía la corrección política; JAK no le teme a la policía tuitera ni a la funa de las redes sociales; JAK es de los pocos políticos que entiende que nos encontramos en una batalla cultural contra la moralina de la izquierda, que amordaza nuestra libertad de expresión.

He ahí la novedad de JAK. No se trata de si apoya a los reos de Punta Peuco o si pide feriado para la visita del Papa. El contenido de sus declaraciones no es tan relevante como el lugar desde donde las produce: JAK se pone a sí mismo en el lugar de una minoría vulnerable a la cual le han cercenado su derecho a disentir en un mundo donde corrección política del progresismo se ha hecho hegemónica. JAK transmite a los suyos que están bajo asedio y que la única manera de resistir es peleando de vuelta, sin amilanarse.

¿Le suena conocido? En los últimos lustros, especialmente en universidades, medios de comunicación y redes sociales, en Estados Unidos se instaló una restrictiva cultura de corrección política, atentísima a penalizar socialmente cualquier transgresión al código de los Social Justice Warriors –la versión Millennial del progresismo. En lo central, este código prescribe políticas y modos de expresión que eviten cualquier tipo de ofensa, exclusión o marginalización de grupos históricamente desaventajados. Lo que partió con medidas estructurales de acción afirmativa o discriminación positiva, derivó en exigencias del lenguaje inclusivo y patrullaje de micromachismos hasta la demanda por espacios libres de comentarios despreciativos o incluso que criticaran ciertas adscripciones identitarias. Tal como lo fueron narrando en forma magistral las últimas temporadas de la serie gringa South Park, el celo excesivo de la PC Culture terminó pariendo su propia reacción. En el gigante del norte, esa reacción fue Donald Trump. En Chile, está siendo JAK.

Tanto Trump como JAK dicen hablar por el ciudadano promedio –que en su imaginario es hombre, blanco, maduro, heterosexual, creyente y patriota-, quien se vería sitiado por una serie de restricciones en favor de las mujeres, las etnias minoritarias, la monserga LGTB, los ateos y los migrantes. En lenguaje marxista, serían la nueva clase oprimida. Su mensaje es algo así como “rubios del mundo, uníos”.

Ahí radica la potencia del fenómeno JAK. Jamás llegará a ser presidente de la mano de un puñado de canutos delirantes o de una tribu de viejos decrépitos que insisten en la gesta libertadora del 73. Sin embargo, su crecimiento político será proporcional a la magnitud de la reacción criolla a la cultura de la corrección política. Por esos sus enemigos favoritos son los Social Justice Warriors chilensis, apretujados en los colectivos del Frente Amplio. Su hinchada se excita cada vez que los enfrenta, pues sienten que – ¡al fin!- alguien pone coto al tonito pontificante de la izquierda. Así se explica el entusiasmo de los jóvenes de la FPP (el mismo que profesan por Káiser). Pero también lo celebran quienes reclaman su caducado derecho a proferir tallas sexistas, xenófobas, racistas u homofóbicas. Es decir, quienes añoran regresar al mundo donde la libertad de expresión lo ampara todo. Finalmente, también lo festejan los que volverían a ese país donde el catolicismo se presumía por defecto y el estado podía promoverlo sin pedir permiso ni dar explicaciones. En esta narrativa, los privilegiados de antaño, son los perseguidos de hoy. JAK es su profeta, y les promete volver a la Tierra Prometida.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/01/11/rubios-del-mundo-unios/

MIENTRAS NOS HACEMOS MAYORES

enero 10, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 4 de enero de 2018)

Wouldn’t it be nice if we were older? Then we wouldn’t have to wait so long” dice la canción de The Beach Boys, del celebrado álbum Pet Sounds de 1966. Bien podría ser el tema que encarne el estado de ánimo de la dirigencia del Frente Amplio (FA) chileno. Aunque irrite a sus detractores y sus partidarios lo consideren una frivolidad, el FA está de moda. La pregunta es si acaso esa frescura y novedad que atrae a tanta gente (especialmente jóvenes) durará hasta que sus cuadros sean lo suficientemente adultos como para encabezar los destinos de la nación. La pregunta es si no se desinfla en el camino.

Piense en el Podemos, el manoseado símil español del FA. Irrumpió con fuerza en 2014, combinando relato generacional con una crítica a la moderación neoliberal del PSOE. Se pensaba que Podemos reemplazaría finalmente al partido de sus padres en el espectro político. La popularidad de su líder Pablo Iglesias subía como la espuma. Era cuestión de tiempo. Sin embargo, acaban de cerrar un año para el olvido. No encontraron un registro adecuado para lidiar con el independentismo catalán y el propio Iglesias se hizo insufrible para la mayoría de sus compatriotas. Hoy, Podemos está bajo el PSOE en las mediciones y está siendo alcanzado por el liberal centrista Ciudadanos.

Por ahora, las acciones del FA van al alza: cuenta con un elenco joven y preparado que ha optado por el duro camino de construir orgánicas partidarias mientras sus rivales en la izquierda representan partidos cansados cuyas glorias están en el pasado. Pero esto no garantiza nada. El desafío del FA es mantenerse culturalmente atractivo en los próximos años. Es decir, seguir tocando las teclas correctas en la sociedad chilena. Primero, no cesar en su actitud de irreverencia política, que incluye una cuota de ingenuidad, otra de heroísmo y una pizca de utopía (esa clase de irreverencia que no tuvieron sus hermanos mayores y que sirvió para correr el cerco de lo programáticamente posible). Segundo, evitar las tentaciones que rodean al ejercicio del poder. Un parlamentario FA es sorprendido negociando con un carabinero para sacarse un parte y –ahora sí- se acaba la magia. Episodios así son inevitables. Pero hay que reducirlos al mínimo. Por efectista que sea, la faramalla de la reducción de sueldos ayuda en ese empeño. En tercer lugar, al FA le toca trabajar en su cara institucional. Ya no son tres sexys quijotes solitarios en Valparaíso. La relación de Giorgio Jackson con Gabriel Boric llegó a ser material homo-erótico. Pero ya no serán los políticos mejor evaluados por la ciudadanía los que estarán siempre frente a las cámaras. De la etapa del lucimiento personal tendrán que mutar al juego colectivo –y a varios en este equipo les cuesta un mundo.

En la dimensión presidencial, el mandato es cuidar a Beatriz Sánchez. Es cierto que tanto Boric como el alcalde de Valparaíso Jorge Sharp tendrán edad suficiente para competir en la próxima presidencial. Pero da la impresión que Boric hace lo posible por des-presidencializarse (en la próxima entrevista puede aparecer con bata y gorra de baño), mientras Sharp no quiere que su mandato porteño sea vista como un mero trampolín. Para exorcizar esa crítica y validar su gestión, debe reelegirse. Por todo lo anterior, la Bea no puede ser liberada de sus obligaciones políticas todavía.

Finalmente, el FA tiene otra tarea pendiente. Hay un Chile que no solo no los conoce, sino que les tiene terror. Partiendo por la élite, que no sabe a qué se enfrenta. Difícilmente lo sabrá si el FA no tiene voz en las tribunas mediáticas del establishment. Dicho de otro modo, el FA necesita cronistas que cuenten su historia. Nadie mejor que Ascanio Cavallo para hablar de la Concertación, nadie mejor que Héctor Soto para hablar de la derecha. ¿Quiénes hablarán del FA?

Hasta ahora, parece tener cuatro almas. La primera es socialdemócrata y está asociada a la hegemonía de Revolución Democrática, eje indiscutible de la coalición. La segunda es de índole libertaria y allí se matricula el Movimiento Autonomista y la Izquierda Autónoma. La tercera parece conectarse con los colectivos populares que apoyaron a Alberto Mayol: Nueva Democracia y Partido Igualdad, además del Partido Poder. Finalmente, el cuarto polo es un híbrido hippie-liberal donde caben humanistas, ecologistas, piratas y el Partido Liberal de Chile. A varios en el FA les complica la presencia de los liberales de Vlado Mirosevic. Sin ir más lejos, el diputado que obtuvieron en Los Lagos fue originalmente vetado por varios colectivos por su pasado piñerista. Otros entienden, en cambio, que el PL cumple un rol relevante para ampliar la cancha ideológica de la coalición. Porque Mirosevic no levanta banderas contra la doctrina del FA; más bien pone temas que no están en la agenda del FA. Del equilibrio de poder entre estas cuatro almas depende si el FA se arrincona en la izquierda o bien busca avanzar hacia el centro político en aras de construir una coalición apta para gobernar.

Pero no hay prisa para los Millenials del FA. Una cosa es llegar a La Moneda porque los astros electorales se alinearon y otra distinta es hacer el gobierno que se quiere. Aunque a veces, como canta Brian Wilson, a uno le den ganas de ser mayor para no tener que esperar tanto tiempo.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/01/08/columna-cristobal-bellolio-nos-hacemos-mayores/

LA MANO INVISIBLE

enero 8, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 5 de enero de 2018)

Varios pensamos que era una mala idea: entregar a tres figuras con agenda propia roles de vocería durante la campaña de segunda vuelta parecía receta para un desastre. A fin de cuentas, José Antonio Kast, Manuel José Ossandón y Felipe Kast estarían pensando más en el 2021 que en la elección de Sebastián Piñera. Sin embargo, la estrategia funcionó.

Como si se tratase de la parábola de los talentos, Piñera le encargó a los tres que maximizaran la votación de sus respectivos nichos. A José Antonio le encomendaron el electorado evangélico y la familia militar. Volvió del Biobío con un saco de votos adicionales. A Manuel José le pidieron los votos que obtuvo Bea Sánchez en las populosas comunas de Santiago Oriente. Regresó de Puente Alto con un saco de votos nuevos.  A Felipe le solicitaron puentes con el centro y el mundo liberal. Retornó de la Araucanía con otro saco de votos. Todos cumplieron.

Como si se tratase de la mano invisible de Adam Smith, cada agente persiguiendo su beneficio individual generó para su sector un beneficio agregado. Como cada uno le habló a su propio electorado, la competencia entre personalismos no le hizo daño a la coherencia de la empresa. Porque competencia hubo. Ossandón y Felipe Kast se agarraron de las mechas por la promesa de gratuidad que el primero le arrancó a Piñera. Ambos sacaron cuentas alegres del altercado: en sus respectivos mundos, defendieron la posición correcta. José Antonio Kast, por su parte, vendió entre los suyos la imagen de un Piñera canuto y defensor de Punta Peuco. A nadie le importó demasiado en el comando: lo importante era tener un Piñera atractivo para cada público.

Por lo anterior, entre todas las variables que se discuten para explicar el triunfazo de Piñera (atributos del candidato, promesa de crecimiento económico, campaña del terror,  movilización territorial, cooptación de reformas de Bachelet, mala performance de Guillier, etc.), hay que incluir la vieja y aritmética práctica de cubrir todas las bases: que a la extrema derecha le hable una figura de extrema derecha y les diga que el candidato piensa como ellos; que a la derecha populista le hable una figura de derecha populista y les diga que el candidato piensa como ellos; que a la derecha liberal le hable una figura de derecha liberal y les diga que el candidato piensa como ellos. Se dice que en política 2 + 2 no suman cuatro. Muchas veces, taparse el pecho implica destaparse los pies y viceversa. Pero Piñera, porfiado, apostó por sus matemáticas. Y el resultado le dio la razón: tres fueron multitud.

La pregunta compleja es qué hacer ahora que los tres están empoderados. La lógica indica que el delfín debiera ser Felipe Kast, flamante senador y líder del único partido post-Pinochet de la derecha chilena. Si Piñera quiere pasar a la historia como el gobernante que lavó definitivamente las culpas de su sector respecto de la dictadura, inclinarse por el fundador de Evópoli tiene todo el sentido. El presidente electo podría además vanagloriarse de ser el entrenador que hizo debutar a toda esa generación en el servicio público. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo: Felipe Kast quiere encarnar una derecha “100% social”, pero su entorno se parece mucho a aquello que Carlos Larraín bautizó como derecha boutique. Tampoco está claro que las banderas liberales que dice representar Evópoli sean las más rentables desde el punto de vista electoral.

El senador Ossandón, por su parte, puede argüir en su favor que le ganó por lejos a Felipe Kast en la primaria (sin mencionar que los 63.594 votos que transformaron a Kast en primera mayoría en el Sur palidecen frente a los 317.311 que necesitó el ex alcalde de Puente Alto para coronarse en Santiago). Aunque nadie tenga muy claro a qué se refiere su idea de “derecha social” –ideológicamente se parece más bien a un cóctel nacionalista y popular que se conecta con la tradición patronal del tronco conservador y latifundista chileno- Ossandón siempre echará encima de la mesa su potencia electoral. Para evitar que Ossandón esté haciéndole la vida imposible al gobierno por deporte, varios analistas piensan que el presidente electo debería convocarlo al gabinete (podría ser Vivienda) ¿No fue así como desactivó a Allamand hace siete años?

Finalmente, embriagado de su propio éxito, está José Antonio Kast. Con su medio millón de votos como aval –no hizo el loco, como muchos esperaban- se pavonea por redes sociales y foros mediáticos insistiendo en la estrategia que tan bien le funcionó: ir de frente contra la izquierda y todo lo que huela a progre, alegando que la derecha ha sido amordazada por la corrección política y ofreciéndose para liderar la ofensiva contra este verdadero estado de sitio cultural. Una reedición del libreto Trumpiano acá en el fin del mundo. Al lado de la derecha acomplejada que representa Piñera, JAK es la derecha irreverente y provocadora que se solaza en su propia incorrección. Por eso también será un dolor de cabeza para el gobierno, como ya lo está siendo al pedir indultos para violadores de derechos humanos a propósito del caso Fujimori. Piñera se compra un problema nacional e internacional de proporciones si le hace caso. Como en el caso anterior, quizás haya que aplicar la sabiduría de la familia Corleone: mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca.

La mano invisible funcionó. Ahora hay que pagar el precio.

Link: http://www.capital.cl/opinion/2018/01/04/146799/la-mano-invisible

¡RESUCITÓ!

enero 2, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 28 de diciembre de 2017)

Recuerdo escolar de cada lunes después de semana santa: en cada pupitre, nos esperaba un queque individual con una banderita que llevaba escrito “¡Resucitó!”. Tuve la misma sensación el lunes después de la segunda vuelta, cuando el rector Carlos Peña hacía su recorrido radial.

Los resultados de la primera vuelta no coincidieron con las predicciones de Monseñor –como le dice con cariño y algo de sorna su feligresía mercurial. En corto, Peña pensaba que el candidato Piñera encarnaba mejor las aspiraciones de una clase media que se ha volcado sin culpa hacia el mercado para satisfacer sus necesidades materiales (bienes) e inmateriales (estatus). En un escenario de modernización capitalista, sugería Peña, la emancipación ya no pasa por las grandes utopías colectivistas sino por la realización de la subjetividad a través del consumo. Pero Piñera apenas obtuvo un 36% de las preferencias y la narrativa de Peña cayó en desgracia académica.

La izquierda le dio especialmente duro: los chilenos no se han vendido a la cultura del mall, retrucaron. Las reformas de Bachelet siguen siendo populares, agregaron. Es cosa de sumar los votos de Goic, Guillier, Sánchez, Navarro y Artés. Los analistas más sofisticados observaron dos cosas. Primero, que Peña instaló una falsa dicotomía pues los chilenos no quieren elegir entre reformas igualitarias y modernización diferenciadora: quieren ambas. Segundo, que constituye un error metodológico tratar de probar hipótesis sociopolíticas con resultados electorales, especialmente cuando el voto es voluntario.

Como fuere, Peña fue casi desahuciado. Intentó defenderse, explicarse mejor. No hubo caso. La lápida ya estaba inscrita: aquí yace CPG, pontífice dominical, que porfiadamente se resistió a reconocer el derrumbe del modelo. Atrás quedaba la imagen del rector que disfrutaba irritando a la elite conservadora con sus agudos comentarios anticlericales. En su versión actual, Peña sería el intelectual orgánico del modelo neoliberal, superior a cualquiera que pretenda serlo desde la propia derecha.

Por eso fue tan dulce la mañana del 18 de diciembre. De las cenizas, Monseñor volvió a la vida. Piñera obtenía la friolera de 9 puntos de diferencia y se convertía en el presidente más votado desde 1993. Los chilenos, finalmente, se habían inclinado ante el candidato que mejor representaba sus anhelos de modernización capitalista. Con Piñera, ganaba Peña.

Es una buena historia pero muy simplificada, principalmente porque no sabemos quiénes le dieron a Piñera su holgado triunfo y por qué votaron por él en el balotaje.

La primera tesis sostiene que, tal como en 2009 existió meo-piñerismo, ahora tuvimos bea-piñerismo. Eso explicaría los buenos resultados de Piñera en populosos núcleos urbanos de clase media donde Beatriz Sánchez tuvo altas votaciones. La pesadilla del Frente Amplio: enterarse que sus electores exhiben baja intensidad ideológica, votos blandos que se pasaron de su candidata al candidato de la derecha sin experimentar disonancia cognitiva. Les habría seducido la frescura de la periodista, pero no necesariamente el contenido quejumbroso de su relato. Como si se tratase de elegir productos en el supermercado. El problema de esta tesis es que los (pocos) números que tenemos sugieren que el 80% de los votos de la Bea fueron a Guillier. Sólo uno de cada diez pasó a Piñera. Es poco para hablar de bea-piñerismo.*

La segunda tesis es que Piñera se mimetizó con Bachelet (otro deja vu de 2009: mientras “El Desalojo” de Allamand decía que Piñera ganaría agudizando sus diferencias con la presidenta, Tironi sostenía que la llegada de la derecha a La Moneda se explicaba por su aprendizaje mimético). Esta vez, Piñera tomó banderas emblemáticas de la Nueva Mayoría. Se comprometió con la gratuidad y hasta se abrió a la posibilidad de tener una AFP estatal. Es decir, neutralizó la ventaja que podía tener Guillier como continuador de las reformas bacheletistas. Articuló un discurso insuperable: los derechos sociales no sirven en el papel, hay que financiarlos, y nadie mejor para financiarlos que un gobierno que viene a meter leños a la locomotora de la economía. Si esto es correcto, la derrota cultural sería de la derecha y Peña no podría cantar victoria.

A todo esto se agrega finalmente otro problema: ¿hay que hacerle caso a la primera o a la segunda vuelta? ¿Cuál entrega señales políticas más confiables? Según algunos, en la primera se experimenta, casi como un juego, mientras en la segunda se vota en serio. Otros recuerdan que la literatura dice lo contrario: la primera vuelta es el verdadero termómetro, cuando están todas las opciones sobre la mesa.

El asesinato de Peña a manos del columnismo de izquierda fue prematuro. Pero su resurrección también depende de la confirmación de hipótesis que aún no han sido confirmadas. Pero si tuvimos quequitos con banderitas por la resurrección menos confirmada de la historia, bien vale uno para monseñor.

Link: http://www.theclinic.cl/2017/12/28/columna-cristobal-bellolio-resucito/

*Un nuevo estudio conocido después de la publicación original de esta columna sugiere que uno de cada cuatro votos de Beatriz Sánchez fue para Piñera, lo que evidentemente fortalece la tesis en comento.