Archive for diciembre 2018

CHILEXIT

diciembre 26, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 21 de diciembre de 2018)

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Probablemente no alcanza para nuevo clivaje del sistema político, pero la discusión sobre si el estado chileno debía o no debía sumarse al compacto migratorio de Naciones Unidas transparentó una línea divisoria que hasta entonces no era relevante en el debate local. A un lado se ubicaron los partidarios de sumarse al esfuerzo internacional por una migración segura, ordenada y regular, honrando nuestra tradición de multilateralismo. Al otro lado se posicionaron los adversarios del globalismo, que acusaron un intento de restringir la soberanía nacional. A grandes rasgos, en el primer bando se matriculó el mundo político progresista, la intelectualidad y aquellos liberales con sensibilidad cosmopolita. En el segundo se aglutinó el mundo político conservador, los sectores menos educados temerosos del efecto migratorio y en general las voces nativistas. Si bien los primeros dominan la academia y los medios de comunicación ilustrados, los segundos constituyen la mayoría social. En ese sentido, la apuesta electoral del presidente Piñera es rentable: rechazar el pacto es una medida popular.

Aunque es nuevo para nosotros, ya hemos visto en acción el libreto globalismo vs. antiglobalismo en otros países, principalmente en Estados Unidos y Europa, a propósito de sus propios desafíos migratorios. Trump ganó porque hizo la misma apuesta de Piñera. Aunque no es enteramente cierto que su electorado fueran los “perdedores de la globalización”, avivó los miedos de una población que experimenta una creciente ansiedad económica y cultural. El enemigo, sugirió Trump, no es solamente el inmigrante que viene a robar trabajos y a violar mujeres, sino el orden internacional que dispone a su ideológico antojo. Su mandato –Make America Great Again– implica emanciparse de dicho orden. Lo mismo ocurrió en Reino Unido a propósito del Brexit: la promesa de sus promotores era retomar el control, supuestamente arrebatado por la burocracia de Bruselas. Votaron a favor de esta promesa, principalmente, las personas mayores, los grupos con menos años de escolaridad y los sectores provinciales. Votaron en contra los jóvenes, los grupos más educados y los residentes de metrópolis multiétnicas como Londres.

En los últimos años, la narrativa antiglobalista ha sido típica del populismo. Para los populistas, los globalistas cosmopolitas representan una élite sobrealimentada que conspira contra los intereses de la patria. Piñera se aprendió el libreto: a diferencia de Michelle Bachelet, sugirió, él se pondría siempre del lado de sus compatriotas y no del lado de los organismos internacionales, insinuando que los últimos trabajan contra los intereses de los chilenos. La diputada RN Paulina Núñez fue más allá y copió el estilo Bolsonaro, acusando a los organismos internacionales de izquierdistas. La fiebre antiglobalista llevó a la diputada -también RN- Camila Flores a sostener que los países serios se estaban saliendo de la ONU. En este sentido, de capitán a paje, el oficialismo se alinea con la retórica que hasta entonces había empleado José Antonio Kast, que con motivo del litigio con Bolivia en La Haya propuso retirarse del Pacto de Bogotá sobre solución pacífica de controversias en la región. En simple, Piñera gira hacia su derecha y coquetea abiertamente con el populismo antiglobalista. No lo hace porque sea genuinamente antiglobalista o populista. Por el contrario, al presidente le gusta el reconocimiento internacional. Lo hace únicamente porque detecta que allí está la ganancia local.

En ese sentido, no es injusta la comparación que hizo el senador Lagos Weber: tal como lo ha hecho Evo Morales en su eterna presidencia, Piñera construye artificialmente una controversia internacional para fortalecerse en el frente interno. También tienen cierta razón quienes lo comparan con Nicolás Maduro, que insiste en que los organismos internacionales de derechos humanos son enemigos del pueblo venezolano. Estas comparaciones, que pueden ser descabelladas en muchos otros sentidos, no lo son cuando se trata de identificar factores comunes del populismo, justamente porque el populismo trasciende izquierdas y derechas. El verdadero engaño populista, parafraseando el libro de un connotado libertario antiglobalista, es acusar que solo los gobernantes de izquierda son populistas, cuando en la actualidad la mayoría de los populistas son fundamentalmente antiglobalistas, incluso más frecuentes en la derecha nativista. Michelle Bachelet -quien aparece en la portada de dicho título- está en las antípodas del discurso populista en este sentido. Ella representa justamente a la élite globalista, progresista y bienpensante que los populistas detestan.

Los populistas antiglobalistas, en cambio, son los que acompañan a Chile en la lista de países que no se suman al acuerdo de buena voluntad de Naciones Unidas: los Estados Unidos de Trump, la Rusia de Putin, la Hungría de Victor Orbán, el Brasil de Bolsonaro, la Polonia que dirige tras bambalinas Kaczyński y la Italia donde hace lo propio Matteo Salvini, entre otros. Ninguno de ellos le hace asco a deformar la verdad de las exigencias del pacto migratorio, diciéndole a sus respectivos pueblos que su reticencia se debe a su intención de preservar la soberanía nacional (a pesar de que el pacto establece expresamente que la soberanía no se toca) y limitar la inmigración descontrolada (a pesar de que el pacto tiene por objeto precisamente aquello). Es lo mismo que ha hecho el gobierno de Sebastián Piñera en Chile. Pero no debería llamarnos la atención: al populismo, la post verdad le viene como anillo al dedo.

Link: https://www.capital.cl/chilexit/

EVÓPOLI Y EL LIBERALISMO DE LA DIVERSIDAD

diciembre 12, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 7 de diciembre de 2018)

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A propósito del requerimiento que Chile Vamos presentó al Tribunal Constitucional para hacer valer la objeción de conciencia de ciertas instituciones médicas respecto de la ley de aborto en tres causales, el rector Carlos Peña acusó específicamente a Evópoli de no entender de qué se trata el liberalismo que dicen encarnar. Como la UDI y RN son derechamente conservadoras, no hubo crítica de inconsecuencia por ese lado. El intercambio epistolar entre Peña y los líderes de Evópoli (a los cuales se sumó Álvaro Fischer) cubrió finalmente una serie de aristas teóricas que superan el caso del aborto y la objeción institucional. Esta columna es para desmenuzar una de dichas aristas: si acaso es consistente con el liberalismo garantizar excepciones a leyes generalmente obligatorias para ciertos grupos en consideración a sus creencias.

Peña y Fischer, especialmente, abren una discusión fundamental al reflexionar sobre el currículum escolar. Según Peña, los establecimientos educativos particulares no tienen el derecho de rechazar el currículum mínimo que exige el estado y al mismo tiempo demandar subvención. Fischer replica que, si algún colegio no quiere enseñar la teoría de evolución porque va contra sus creencias, entonces el estado debe respetar dicha decisión. A fin de cuentas, esos niños estarán recibiendo otros tantos bienes educacionales que justifican la inversión pública. Que Fischer, probablemente el más célebre Darwinista chileno, ejemplifique con la teoría de evolución da cuenta de la importancia que le asigna a la autonomía de las comunidades, ya sean religiosas o de otra índole. En una reciente entrevista, Fischer ya había sostenido que prefiere que el estado respete la decisión de los padres si éstos eligen un colegio donde se enseñe que la evolución es mentira y “los monos solo producen monitos”.

Esta discusión se parece mucho a la que han tenido los filósofos liberales en las últimas décadas respecto de dos formas distintas de concebir el proyecto liberal. Es un debate que se encendió a partir del caso Wisconsin v. Yoder, que resolvió la Corte Suprema de Estados Unidos en 1972. En él, una comunidad Amish -no es casualidad que Peña se refiera a ellos- solicita al estado el derecho de retirar a sus hijos del sistema educacional antes de cursar todos los años que exige la ley. La Corte les dio la razón, argumentando que su libertad religiosa era más importante que los intereses educacionales del estado. La gran familia liberal se dividió en dos: un grupo sostuvo que el fallo era inaceptable pues, a través de la educación y el currículum obligatorio, los niños desarrollaban no sólo competencias cívicas sino principalmente facilitadoras de la autonomía individual para escoger sus proyectos de vida; el otro grupo apoyó la sentencia, sosteniendo que el liberalismo se trata justamente de respetar la diversidad de creencias e ideas que conviven en la sociedad.

Probablemente el filósofo político más frontal contra los “liberales de la autonomía” y el mayor exponente de los “liberales de la diversidad” ha sido William Galston. En su visión, las distintas comunidades -incluyendo a los grupos religiosos- gozan de amplio espacio para practicar sus formas de vida. La intervención del estado debe ser excepcionalísima y sólo se justifica -esto lo reitera Fischer- cuando derechos de terceros están en juego. Esto quiere decir que la sociedad liberal, según la entiende Galston, puede cobijar en su seno a grupos que internamente son iliberales. Un estado liberal sería aquel que garantiza el pluralismo en la dimensión agregada, sin inmiscuirse demasiado en la dimensión micro. Allí, cada comunidad es soberana: desde el colegio que enseña creacionismo hasta el hospital que no practica abortos. Como el mismo Galston advierte, el “liberalismo de la diversidad” se encuentra más cerca de los ideales de tolerancia que inspiraron la reforma protestante. El “liberalismo de la autonomía”, en cambio, estaría influido por el afán racionalista de la Ilustración, que confiaba en la posibilidad de educar a la ciudadanía.

Los argumentos de Evópoli, en este sentido, son los argumentos de Galston: la defensa de una concepción robusta de la libertad de asociación y el derecho de los cuerpos intermedios de organizarse soberanamente sin excesivo control estatal (aquello de la subsidiariedad no aporta mucho en este sentido). Esto no significa que Evópoli tenga razón en la controversia de la objeción de conciencia institucional o que tengamos que abrazar la versión de Galston para ser “liberales de verdad”. Pero significa, al menos, que sus razones están conectadas a una versión respetable del proyecto liberal. Desde ese punto de vista, Peña se equivoca al quitarles la credencial.

Sostengo lo anterior desde la vereda del “liberalismo de la autonomía”. A diferencia de Fischer, creo que el estado está legitimado para establecer y hacer cumplir un currículum mínimo que, entre otras cosas, enseñe el consenso científico respecto del origen de la biodiversidad. Con Peña, no creo que ninguna comunidad tenga el derecho de sustraer a sus niños de ciertas áreas del conocimiento para no herir sus sensibilidades religiosas, menos con financiamiento público. Creo que Wisconsin v. Yoder fue erróneamente fallado. Y no sostengo estas creencias porque, como acusa Galston, quiera imponer una suerte de totalitarismo cívico. Las sostengo en el nombre de aquellos derechos individuales que resultan violados cuando la comunidad donde nacimos -pero no elegimos nacer- nos impone sus creencias. Es discutible si acaso la enseñanza del creacionismo importa un daño objetivo a los niños. Pero es indiscutible que afecta su igualdad de oportunidades en la carrera de la vida. Evópoli dice tomarse en serio la igualdad de oportunidades. Pues hay que tomarse en serio las tensiones que se producen entre dicho principio y el “liberalismo de la diversidad”.

Link: https://www.capital.cl/evopoli-y-el-liberalismo-de-la-diversidad/