Archive for junio 2018

LA HORA MÁS OSCURA

junio 27, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 22 de Junio de 2018)

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La democracia liberal vive su hora mas oscura. Ésa es la tesis central del último -y celebrado- libro de Edward Luce, The Retreat of Western Liberalism (2017). El ascenso de Trump al poder en Estados Unidos es el síntoma más visible, pero el fenómeno es global: ocurre en Moscú, Beijing, Ankara, El Cairo, Caracas y Budapest, por nombrar algunos centros neurálgicos del populismo contemporáneo. En la narrativa de Luce, las elites liberales han ido abandonando la parte democrática de la conjunción democracia-liberal, generando una reacción opuesta que desecha el liberalismo y se queda con la pura exaltación democrática: la democracia iliberal, o populismo.

Este populismo no es necesariamente de izquierda o de derecha, pero tiende a ser de derecha en la medida que las élites progresistas se volcaron a interpretar la voz de colectivos vulnerables, dejando de hablar por la “mayoría silenciosa” -un concepto repetido hasta el cansancio en la retórica populista- que había sido su sostén electoral. Como diría el intelectual estadounidense Mark Lilla, la izquierda anglosajona se enamoró la política de las identidades: minorías sexuales, géneros en desventaja, inmigrantes discriminados. Esa habría sido la perdición del Partido Demócrata en EEUU, por ejemplo.

En ese contexto es instructiva la historia que cuenta Luce sobre Didier Eribon, biógrafo de Michel Foucault. Eribon nació en un pueblo francés que votaba mayoritariamente por el partido comunista. La derecha representaba a los ricos, y por ende constituía el adversario ideológico. Eribon descubrió su homosexualidad en la adolescencia y se mudó al París de los años sesenta, donde frecuentó a los artistas, escritores e intelectuales de la bohemia progresista. Volvió treinta años después a su pueblo natal para el funeral de su padre. Se encontró con una sorpresa política: ya no votaban por la izquierda, sino por el Frente Nacional de la familia Le Pen. El adversario había cambiado: en vez de proletarios contra capitalistas, esta vez eran franceses contra extranjeros. Frente a esa vulnerabilidad, el populismo de derecha respondía mejor. Lo que antaño se llamó la “clase trabajadora” fue reemplazada por los left-behind: aquellos que el progreso dejó atrás. El discurso liberal de izquierda se volvió demasiado sofisticado, arrogante y oikofóbico para ellos.

No hay que soslayar la razón económica, explica Luce. Los premios se han concentrado escandalosamente en las élites mientras las capas medias europeas y norteamericanas han soportado los costos. No es tan difícil darse cuenta -y en eso ayudó Thomas Piketty- que la meritocracia es un cuento que nos contamos para justificar nuestra posición de privilegio. Pero es un cuento políticamente insostenible. Con su indiferencia y similitud, piensa Luce, las élites económicas provocaron el auge del neopopulismo rabioso: proteccionista y antiglobalización, nativista y anticosmopolita, vulgar y antitecnocrático.

En una de esas, los chinos están en lo correcto con su modelo autocrático. Si la democracia liberal no cumple sus promesas en Occidente, en circunstancias que las clases medias de países no-democráticos prosperan, ¿para qué insistir con las formalidades burguesas del liberalismo? Trump está a un paso de convertirse en un autócrata, piensa Luce. Está destruyendo los fundamentos morales de la democracia liberal. Ésta nunca fue sexy en Beijing ni Moscú. Pero por primera vez está perdiendo brillo donde se supone que estaban sus cultores. Eso es lo peligroso. En la historia de la democracia liberal, siempre ha existido una tensión entre la teoría del poder popular y el pensamiento liberal: uno amplía el rango de la agregación democrática y el otro la restringe en nombre de la libertad individual. En el equilibrio estaba la clave que celebró Fukuyama después de la caída del Muro. La novedad de Trump es que está desequilibrando la balanza a favor de la democracia iliberal, que es casi lo mismo que decir populismo y no enteramente distante de un régimen autocrático donde líder se atribuye la interpretación de la voluntad general. Lo peor, cree Luce, es que el remedio populista tampoco sirve para aplacar la rabia de las clases medias olvidadas. Esto irá de mal en peor. Trump es solo el comienzo.

Hacia el final del libro, Luce regala una reflexión pertinente para el debate nacional. La izquierda biempensante del mundo anglosajón, nos dice, se dejó llevar por la tentación de presentar la última moda del pensamiento progresista como una verdad moral incontrovertible. Es cosa de escuchar a nuestros universitarios Millennials que sostienen que la visita de un José Antonio Kast les resulta ofensiva y agraviante, en circunstancias que sus posiciones siguen siendo moneda corriente en la derecha. Existe una delgada línea, dice con agudeza Luce, entre convencer a la gente de los méritos de un caso y sugerir que las personas en desacuerdo son éticamente unos monstruos. Es parte de los errores que está cometiendo parte de nuestra izquierda y en especial el Frente Amplio. Seducidos por la lógica de la política de las identidades, nuestra izquierda Millennial también pierde la perspectiva respecto de aquello que Rawls llamaba el hecho del pluralismo. Así, más de alguna vez pretende excluir del debate a quienes no se conforman con su manera de ver el mundo. De esa forma no hacen más que alimentar la reacción populista de la derecha… bueno, ya tienen a José Antonio Kast en la pole position del 2021.

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LA ERA DE LA DEFERENCIA HA TERMINADO

junio 23, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 21 de Junio de 2018)

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Ocurre en un episodio de The Crown, la serie que cuenta la vida y obra de la Reina Isabel de Inglaterra. Después de criticarla fuertemente, un tal Lord Altrincham es invitado al Palacio de Buckingham a exponer sus ideas sobre posibles reformas al funcionamiento de la corona. Altrincham se esfuerza en explicarle a la Reina que las cosas han cambiado en el mundo. ¿Qué cosas?, pregunta ella. Pues la era de la deferencia ha terminado, replica el invitado. ¿Qué nos queda sin deferencia? ¿Acaso la anarquía?, contraataca su majestad desconcertada. No, le contesta Altrincham, nos queda la igualdad.

Se me vino a la memoria este capítulo a propósito de los argumentos que esgrimió el Presidente Piñera y varios en la derecha respecto del confuso incidente en el aeropuerto que culminó con un chofer de Uber baleado por un carabinero. Esta columna no pretende terciar en el debate respecto de quién actuó bien y quién actuó mal. En mi humilde opinión, ambos estuvieron mal. Por una parte, el chofer de Uber se comportó como un pendejo prepotente. Por la otra, pienso que las policías deben ser extremadamente cuidadosas con el monopolio de la fuerza que las leyes le encomiendan. En ese sentido, es razonable exigir que la violencia furibunda que implica descargar una pistola sobre un ciudadano sea un recurso de última ratio. Ignoro si éste fue el caso, pero a simple vista pareciera que había cursos de acción alternativos. Mal que mal, el tipo que intentaba escaparse no estaba secuestrando a nadie ni trasladando un cargamento de uranio. Estaba realizando una actividad comercial que se encuentra en una zona legalmente gris pero no constituye un peligro para la sociedad. ¿Van a acribillar mañana a la señora que vende sopaipillas a la salida del metro porque resistiéndose al arresto les tira encima el carrito? El antropólogo Pablo Ortúzar ha llamado la atención justamente sobre esta desproporción en la represión de modos informales de trabajo.

Pero me interesa volver a los argumentos que se desplegaron para defender el proceder de carabineros. “Llegó la hora de que aprendamos a respetarlos”, señaló Piñera. “A Carabineros de Chile se le respeta y obedece. Entiéndanlo ya!”, publicó el senador Ossandón en su cuenta de Twitter. El mismo guion siguió prácticamente todo el oficialismo. Son argumentos similares a los que se ponen sobre la mesa cuando se legisla para sancionar el maltrato de palabra a Carabineros. En éstos se advierte la obsesión por el respeto a la autoridad como eje vertebral del discurso político de la derecha. Se trata, sin duda, de un guion popular. A mucha le gente le enciende la mano dura. Emulando a Sarkozy, el propio Piñera ha dicho que hay que recuperar la deferencia a la autoridad en todos los planos: de los hijos a los padres, de los alumnos a sus profesores. Por qué no, de los feligreses a los curas. Algo parecido ha sugerido Trump. Tirándole inéditas flores al tirano coreano Kim Jong Un, dijo: “no permite que nadie piense diferente. Cuando habla su gente se sienta y pone atención. Quisiera que mi gente hiciera lo mismo”. La línea entre la deferencia y la obediencia ciega es tenue.

El problema de este guion es que ya no pasa colado. Crecientes capas de la ciudadanía se rebelan ante la idea de que ciertas personas sean merecedoras de una consideración especial que otras no necesariamente gozan. Lo refrendó el sociólogo Aldo Mascareño a propósito del mismo episodio: los modelos de autoridad vertical con los que estábamos acostumbrados a vivir se están desmoronando, mientras avanzamos hacia dinámicas de relación más horizontales. Las propias instituciones que históricamente han reclamado para sí un trato deferencial han caído en el descrédito, lo que agudiza el proceso. Carabineros no es la excepción. Abuso policial ha existido siempre. Ahora se le agregan procedimientos fraudulentos -como en la operación Huracán- y desfalcos millonarios contra el fisco -como en el bautizado Pacogate. Esto no quiere decir que estemos autorizados a ignorar las órdenes policiales. Pero es evidente que desgasta el imaginario del carabinero como autoridad a la cual se le debe cierta deferencia. Ese tipo de autoridad se gana, no se exige.

Queda pendiente, finalmente, una reflexión sobre el alcance del discurso que justifica el uso letal de la fuerza en el seno de la derecha chilena. Supuestamente, conviven en ella sectores conservadores con sectores más liberales. No es raro que los sectores conservadores sean de gatillo fácil. Mientras más a la derecha, diría el psicólogo social Jonatan Haidt, más favorables a la autoridad en el eje autoridad / subversión. Pero los liberales debiesen hacer valer sus matices en la narrativa oficialista. El liberalismo no se agota en promover el matrimonio igualitario o el aborto en tres causales. También implica un compromiso con vigilar celosamente los posibles exabruptos de la autoridad. Si de limitar el poder político se trata, los autoproclamados liberales de Chile Vamos deben estar especialmente atentos a los abusos de las fuerzas policiales. El resto es liberalismo pop. Los derechos individuales sufren cuando las relaciones de poder son tan asimétricas que facilitan la dominación. De Piñera no cabe esperar otra cosa porque nunca ha sido liberal. Pero sí de aquellos que buscan ser reconocidos como tales en el seno de la coalición gobernante. Ellos deberían, como Lord Altrincham, recordarle al Presidente que la era de la deferencia ha terminado. No es tan malo. Nos queda la igualdad.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/06/22/columna-cristobal-bellolio-la-la-deferencia-ha-terminado/

LA ÚLTIMA PALABRA

junio 18, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 14 de Junio de 2018)

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La ex presidenta se reunió con sus ex ministros y la señal que interpretaron los medios fue que el Bacheletismo se estaba “rearmando”, con el propósito de “defender su legado” de los embates del gobierno de Sebastián Piñera. Aunque la propia Michelle Bachelet ha descartado competir por un tercer período, más de alguno quiso leer en este rearme una declaración de voluntad: si hay que pelear por los valores del progresismo, Bachelet sigue disponible. Aunque este año no la acompañaron las cifras tropicales de aprobación que exhibió al finalizar su primer cuatrienio, la ex mandataria sigue siendo probablemente la figura que más adhesiones concita en la otrora gran familia concertacionista. Desde que se subió a un tanque hace dieciséis años, ha sido la figura más importante del mundo de la centroizquierda chilena, prácticamente sin competencia. Hoy no parece ser distinto.

La tentación del Bacheletismo es que sea ella quien tenga la última palabra en este tango del poder que desde el 2005 baila con Piñera. Que el ciclo se cierre por el lado izquierdo. Para que no queden cabos sueltos ni reformas a medio andar. Para que el conservadurismo chileno no tire por la borda los esfuerzos del socialismo. Porque el que ríe último, ríe mejor. Si Bachelet llegara a conquistar un tercer período, sería entonces el Piñerismo el interesado en estirar el ciclo. A Piñera sí que le quita el sueño quedarse con la última palabra.

Aunque se miren como archirrivales -desde que dejó a Lavín en el camino, Piñera también ha sido la figura excluyente de su sector- lo cierto es que este tango ha sido bueno para los chilenos. Los libros de historia serán benevolentes con la era Caburga. En una caricatura, la dinámica ha sido la siguiente: mientras Bachelet incrementa las expectativas sociales y aumenta el gasto público correspondiente, Piñera revisa la cuenta, impugna un par de detalles, pero finalmente no le queda más remedio que pagarla. A fin de cuentas, es Piñera quien llegó al restorán haciendo alarde de su capacidad de abultar la billetera. Es decir, ella corre las fronteras de lo posible y a él le toca hacerlo posible, como si se tratase de una involuntaria interacción simbiótica.

Pero también existe la posibilidad de que a Bachelet no llegue al 2021. Ya sea porque definitivamente no quiere -después de Caval, ¿quién podría culparla? – o porque el Frente Amplio creció lo suficiente como para reclamar la primera opción en la izquierda, lo que queda de la coalición antes conocida como Nueva Mayoría tiene que pensar en alternativas. No puede repetir los errores que cometió hace ocho años, cuando se vio por primera vez fuera de La Moneda desde el retorno de la democracia. La entonces Concertación se durmió en los laureles sabiendo que la reina madre invernaba con su popularidad intacta en Nueva York. En paralelo, dejó que la calle le amargara la vida al primer gobierno de Piñera, permitiendo que el movimiento social le arrebatara el protagonismo político. El resto de la historia es conocida: las movilizaciones del 2011 marcaron un hito que le dio sentido de pertenencia política a toda una generación, difuminando así el hito de 1988 que proporcionaba el combustible identitario esencial del mundo concertacionista.

La pregunta es si acaso esta vez descansarán en la esperanza que Bachelet regrese a solucionar sus problemas, o buscarán los medios para generar liderazgos atractivos y capaces de disputar con un frenteamplismo cuyas acciones se cotizan al alza. Una reciente encuesta muestra que las dos coaliciones con mayor adhesión son justamente Chile Vamos (21%) y el Frente Amplio (19%), seguidos por el nuevo movimiento de José Antonio Kast (10%). La ex Nueva Mayoría no llega a los dos dígitos. Para qué hablar de presidenciables: no tienen a nadie en la lista de los primeros cinco.

En este cuadro tiene responsabilidad la propia Bachelet. Salvo contadas excepciones -como Paula Narváez y Marcelo Mena- y algunos proyectos fallidos -como Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas-, su estilo no se distinguió por darle tiraje a la chimenea y promover nuevos liderazgos. Después de su primer mandato las alternativas se redujeron a Lagos, Insulza o Frei. Después del segundo, a Lagos o Guillier. El legendario canciller alemán Helmut Kohl aleccionaba sobre la importancia de los delfines en política. Pero ninguno de los mencionados puede ser considerado delfín de Bachelet. Piñera no tuvo la necesidad de producir delfines en 2013: su generación todavía estaba ganosa y dispuesta a pelear una última batalla. Estaban a la cola algunos coroneles de la UDI y miembros de la noventera patrulla juvenil de RN. El escenario será distinto en 2021. Piñera entiende que probablemente no haya una tercera administración y que por tanto se queda indirectamente con la última palabra pariendo un sucesor, entregándole la banda presidencial a una figura que se haya ganado los galones colaborando con su gobierno.

Si el Bacheletismo, en cambio, sigue apostando al rearme de lo que fueron en lugar de al completo desarme y rearticulación de un nuevo polo progresista con liderazgos frescos, entonces ya dijo su última palabra.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/06/15/columna-cristobal-bellolio-la-ultima-palabra/

LA CRISIS DE LA IGLESIA DESDE LA VEREDA DEL FRENTE

junio 14, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 8 de Junio de 2018)

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Han pasado algo así como veinte años desde la última vez que me declaré católico. Ya no estaba en un período de duda. Había renunciado irremediablemente a mi fe. Según las leyes canónicas modernas, desde entonces estuve fuera de la comunión de la Iglesia sin necesidad de un proceso que certificara mi apostasía. Las estadísticas sugieren que se trata de un fenómeno de largo alcance en Chile. El catolicismo ha perdido tracción: de ser un país hegemónicamente apostólico y romano, hoy sus números apenas rondan la mitad más uno.

Sin embargo, la mayoría de los medios tradicionales no se ha dado por enterado. La pregunta de rigor ha sido cómo devolverle el prestigio a una institución golpeada por escándalos de abuso sexual, como si fuese tarea de todos reverdecer los laureles de la Iglesia Católica. No lo es. La Iglesia es una institución más de aquellas que pueblan la sociedad civil. Su salud reputacional es crucial para sus integrantes. Pero no para aquellos que no participamos en ella. Pretender que los problemas de la Iglesia son problemas nacionales es como pretender que el momento futbolístico de Colo-Colo debiese preocupar a los hinchas del resto de los equipos del torneo. Colo-Colo puede ser el equipo más grande de Chile, pero no es Chile. La Iglesia representa a la denominación religiosa (todavía) más grande de Chile, pero tampoco es Chile.*

Puedo ir todavía más allá. A los hinchas de los equipos rivales, no les conviene que Colo-Colo regrese a su época de gloria. A quienes somos ateos, no nos interesa que la Iglesia Católica siga siendo considerada una autoridad moral indiscutible. Por el contrario. Los líderes de la Iglesia participan de los debates éticos más relevantes que se dan en el foro público. Están en su derecho, como todos los demás actores de la sociedad civil y lo que alguna vez se llamó el tercer sector. Pero no tienen derecho a una presunción de autoridad moral superior por defecto. Han demostrado no tenerla. Habrá curas buenos y malos, clérigos verdaderamente santos y monstruos que se esconden tras la sotana. Pero lo mismo pasa en el resto de las organizaciones y grupos de interés que pujan por promover sus agendas en sede política. Quienes pensamos distinto de la cúpula de la Iglesia no estamos lamentando su pérdida de influencia; la estamos festejando.

En este sentido, es preciso no confundir una crisis institucional con una crisis de fe. La Iglesia atraviesa por una crisis institucional en el sentido que su casta sacerdotal ha fallado estrepitosamente en la dimensión del testimonio. En un eslogan, predican pero no practican. Desde una perspectiva intelectual, el defecto en la práctica no compromete la validez de la prédica. Los católicos pueden lamentar -e incluso sufrir- los desaciertos de su Iglesia pero aquello no echa abajo sus creencias respecto del plan salvífico de Cristo. Hoy, no es un total oxímoron ser creyente y comecuras. Para ciertas congregaciones, sin embargo, la dimensión del testimonio es esencial. Pienso en mis amigos jesuitas, para quienes no tiene mucho sentido adherir a una serie de preceptos trascendentales si no pueden ser encarnados en virtudes concretas en la vida terrenal. En esos casos, la línea entre la crisis institucional y la crisis de fe se vuelve muy delgada.

Los medios usualmente han responsabilizado a los malos hábitos de la curia por el declive religioso. Como he señalado, una crisis institucional potente facilita las condiciones para una crisis de fe. Pero quiero insistir en que son procesos paralelos. Antes de que se conocieran los sótanos putrefactos de Karadima y otros tantos que posaron de santos, el catolicismo en Latinoamérica ya venía en descenso. En la mayoría de los países de la región, cada punto de adhesión que perdía la Iglesia Católica lo ganaban los credos evangélicos. En Chile y Uruguay, en cambio, lo ganaba la tribu de los no creyentes. No es casualidad: Chile y Uruguay exhiben los más altos índices de desarrollo humano del vecindario. Como suele ocurrir, cuando los pueblos dejan atrás las carencias materiales más duras -reduciendo su vulnerabilidad- y sus nuevas generaciones alcanzan mejores niveles educacionales -reduciendo la ignorancia-, las expresiones de religiosidad tradicional tienden a retroceder. Los estados de bienestar sustituyen lo que Marx llamó el opio de las naciones. Ciudadanos mas celosos de su autonomía no comulgan con ruedas de carreta. Es decir, la crisis de credibilidad que afecta a los curas agudiza la caída, pero no es su única causa.

Hay, por supuesto, una importante razón por la cual la desgracia de la Iglesia debiese despertar el interés de quienes estamos en la vereda del frente: porque cuenta una historia justiciera que resuena en el espíritu humano. La cruzada de Cruz, Hamilton y Murillo -así como de tantos otros con menos visibilidad pública- es material de película y postulación al Nobel de la Paz. Es el relato imperecedero de quijotes contra molinos de vientos, de pequeños valientes frente a la indolencia de los gigantes. La crisis de la Iglesia chilena trae esperanza global para muchas otras feligresías abusadas y atrapadas en redes de secretismo y complicidad. Eso es algo que podemos todos -creyentes y no creyentes- celebrar.

Link: http://www.capital.cl/opinion/2018/06/07/151237/la-crisis-de-la-iglesia-desde-la-vereda-del-frente/

*No sólo los medios tradicionales no se han enterado. Nuestras autoridades de gobierno tampoco. A propósito de la visita de los enviados vaticanos a Chile, la vocera Cecilia Pérez señaló: “Vemos en esta disposición del Santo Padre la oportunidad que en nuestro país tengamos una nueva Iglesia católica… Esperamos que las señales que el Santo Padre ha dado para la Iglesia Católica en nuestro país sean recogidas no sólo por la jerarquía, sino por todos los sacerdotes para que vuelva la confianza y, además, la creencia en la Iglesia Católica”. No, vocera. Usted representa al estado de Chile. Y que vuelva la creencia no es un asunto de estado. También sería recomendable que dejara esa pésima costumbre de andar santificando líderes de estados extranjeros.

PIÑERA, LA DERECHA Y EL FEMINISMO

junio 11, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 7 de Junio de 2018)

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“No sé lo que significa feminismo”, reconoció con inusual sinceridad el presidente Sebastián Piñera hace algunos días. Luego matizó, agregando que “si significa creer en igualdad de derechos, deberes y dignidad entre hombres y mujeres”, entonces sí calificaría de feminista. Esa sería, en sus palabras, “una aspiración de todos los hombres y mujeres de buena voluntad”. La respuesta a la pregunta de si acaso Piñera es feminista es también la respuesta a la pregunta de si acaso la derecha puede ser considerada feminista. Aunque parezca una cuestión de etiquetas, no es un asunto menor. Si la respuesta es afirmativa, entonces el gobierno de Piñera no el adversario de la ‘Ola Feminista’. Si la respuesta es negativa, entonces la vanguardia del movimiento insistirá en antagonizar con La Moneda.

El feminismo chileno se encuentra en la misma encrucijada que enfrentan muchos movimientos sociales: si opta por ampliarse a todos los sectores políticos, gana en convocatoria pero probablemente pierde en profundidad ideológica. Si opta por intensificar su identidad política, gana en densidad pero probablemente excluye parte de su base de apoyo.

Si todos caben -incluyendo a Isabel Plá, Cecilia Morel, Cathy Barriga, Ximena Ossandón y eventualmente hasta Pilar Molina-, entonces el feminismo se vuelve moneda corriente. Cualquier discurso que busque promover la situación de las mujeres bastaría para ganarse el apelativo. Es la crítica que hace Jessa Crispin en su reciente “Why I Am Not a Feminist”. No es que Crispin le tenga miedo al término para no asustar a los hombres. Al revés: cree que el término se ha vuelto inofensivo y banal. Su universalización le ha quitado dientes. Y sin dientes, es inútil. En Chile, una crítica similar hizo Laura Quintana a propósito de la portada de una revista de mujeres donde aparecen cinco hombres de tacón: cuidado con el feminismo pop, ligero y buena onda. Es fácil de digerir pero es escasamente transformador.

La otra opción es profundizar el vínculo entre feminismo y socialismo. Varias dirigentas ya lo están haciendo. “Una mujer con conciencia feminista, muy probablemente es anticapitalista”, señaló la diputada comunista Karol Cariola en un panel televisivo. En esta lectura, la lucha por derrocar la estructura de subordinación de clase -amparada por el capitalismo- sería inseparable de la lucha por derrocar la estructura de subordinación de género -promovida por el patriarcado. Simone de Beauvoir y Kate Millett habrían estado de acuerdo. La misma idea expusieron Francisca Millán y Daniela Carvacho -ambas de Revolución Democrática- en una reciente columna: rechazan la tesis de que todas caben en el movimiento por el hecho de haber sufrido alguna vez la violencia machista, y en cambio favorecen un feminismo radical que apunte a desmontar el modelo en todas sus dimensiones. Concluyen que la derecha no puede, en consecuencia, llamarse feminista -mucho menos después de haberse opuesto al divorcio, la píldora y el aborto en tres causales, entre otras. El feminismo, rematan, no es un “mujerismo vacío”. En ese sentido, no les sirve la retórica de emparejar la cancha para que hombres y mujeres compitan en igualdad de condiciones, pues en dicho esquema los ganadores siempre impondrán su peso sobre los perdedores, cualquiera sea el género. Es la filosofía Daenerys Targaryen: todos compiten por ser el rayo de la rueda que desde arriba aplasta a los demás; lo que habría que hacer el romper la rueda. Es también la crítica que hizo en su momento la teórica neo-marxista Nancy Fraser contra la narrativa del empoderamiento femenino. Según Fraser, el feminismo de segunda generación inadvertidamente terminó aliándose con la lógica neoliberal, promoviendo un modelo de mujeres fuertes dedicadas al emprendimiento y la promoción de sus carreras individuales. Siempre fue una posibilidad, reconoce Fraser: o transformábamos el mundo en un paraíso donde la emancipación de género fuera de la mano con mayor participación democrática y solidaridad, o construíamos las bases de un nuevo liberalismo que entregara a hombres y mujeres la misma posibilidad de autonomía personal, mayor poder de elección y progreso meritocrático. Resultó lo segundo, se lamenta. La vanguardia ideológica del actual movimiento feminista chileno busca que esta vez no ocurra lo mismo.

Ahí radica uno de los mayores problemas de la derecha y del piñerismo para conectar con el movimiento feminista. (Uno de los problemas, porque sin duda hay otros tantos que se relacionan con la resistencia de los sectores conservadores para abandonar categorías esencialistas respecto del orden biológico ‘natural’). Porque Piñera no sólo cree que la narrativa que Fraser critica es legítima sino que es normativamente deseable. Será también un problema para aquella derecha incipientemente liberal -especialmente desde Evópoli- que busca conectarse con el legado feminista decimonónico de Stuart Mill y Mary Wollstonecraft. Este es un tipo de feminismo que inevitablemente entra en contradicción con el feminismo radical, al menos en la dimensión teórica. Ahora bien, los movimientos sociales y las teorías filosóficas que los inspiran pueden tratarse por separado. Pero será interesante observar cuál será el camino que tomará la vanguardia del movimiento: amplitud de convocatoria a costa de intensidad política, o intensidad política a costa de amplitud de convocatoria. Si es lo último, es muy posible que Piñera y la derecha queden fuera.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/06/08/columna-cristobal-bellolio-pinera-la-derecha-feminismo/

LA SOLUCIONÁTICA

junio 4, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en The Clinic del 31 de mayo de 2018)

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Como si se tratase de responder a una catástrofe natural, el presidente Sebastián Piñera sintió la obligación política de reaccionar ante la ‘Ola Feminista’ que inunda las calles del país. Gobernar, a fin de cuentas, es liderar. El líder, me explicó una vez mi profesor de castellano, no es el que toma la mejor decisión sino el que la toma primero. En ese contexto hay que entender la batería de medidas que anunció el Ejecutivo para contener el conflicto, canalizar las demandas y dirigir el proceso. A Piñera lo eligieron para gobernar y esto es lo hacen los gobernantes.

Se podría objetar que la Ola Feminista no se parece a una catástrofe natural y que por lo tanto la reacción no tiene que ser la misma. Quizás había espacio para probar otras estrategias. Conversar, por ejemplo, con las protagonistas del movimiento. Ya que estábamos citando comisiones para abordar distintos problemas públicos, habría sido buena idea convocar una mesa de trabajo para comprender mejor el espíritu de la protesta. Porque -y en esto Peña tiene razón- Piñera no es un feminista. Por eso habla de “nuestras” mujeres y cita a un abusador confeso como Neruda en su alocución. Porque no entiende la profundidad del fenómeno. No está solo: somos millones los desconcertados. La diferencia es que mientras algunos pueden darse el lujo de callar y otros de hacer preguntas, a Piñera le gana la solucionática: no puede dejar de buscarle solución al problema.

Así lo hizo en 2011 cuando apareció en cadena nacional junto a Joaquín Lavín, entonces ministro de educación, anunciando los acuerdos GANE y FE. Piñera le contestaba al movimiento estudiantil prometiendo más becas y créditos. Le costó mucho al gobierno captar que el desafío que planteaba la calle no era por unos pesos más sino por una transformación de la lógica del sistema. Los que padecen de solucionática no necesitan entender a cabalidad el problema, sólo piensan en resolverlo. Por eso, a veces la solucionática no es el registro adecuado. Esto no significa que los gobernantes tengan que quedarse de brazos cruzados: sólo significa que el tipo de respuesta debe incorporar una lectura política adecuada del escenario.

En su favor, el piñerismo puede decir que al menos se evitó el bochorno del 2011. Puede insistir que su objetivo nunca fue desactivar todos los focos de conflicto o ganarse el corazón del movimiento. Eso sería imposible. Por eso ni siquiera mencionaron la expresión “feminismo” ni se pronunciaron respecto de los cambios necesarios para una educación “no sexista”. Es probable que esos términos suenen como chirriar tiza en una pizarra en el seno de la derecha chilena. El gobierno apuesta en cambio a bajar la temperatura social: a que las chilenas que no marchan pero simpatizan con el movimiento sientan que, en lo medular, fueron escuchadas y sus demandas están siendo procesadas. No quiere matar al movimiento -porque sabe que no puede- pero sí puede robarle algo de su base de apoyo vistiéndose con algunos de sus ropajes.

Las modificaciones al sistema de salud son un buen ejemplo: a muchísimas mujeres les pareció enteramente justo que se anunciará una reducción de sus planes de salud a costa de un aumento en el plan de los varones. A fin de cuentas, si las tareas reproductivas son comunes en una sociedad, sus costos deben ser repartidos de forma más equitativa. La izquierda, en tanto, puso el grito en el cielo. Como si sus parlamentarias hubiesen estado embrujadas en un trance, los aplausos del primer día se tornaron discursos hostiles al día siguiente, cuando se percataron que las Isapres seguirían haciendo su negocio como siempre. Los hombres agarraron papa: que la compensación sea a costa de sus utilidades, no de nosotros, dijeron. Feministos hasta que les tocan el bolsillo.

La agenda de equidad de género se entrampó. Pero, sin querer queriendo, Piñera metió una cuña en el movimiento. Por un lado, introduce un criterio de solidaridad inter-género en un modelo que principalmente se trata de seguros individuales donde cada uno paga sus riesgos promedio. Si los hombres pagarán más que su propio riesgo y las mujeres menos, entonces se está reconociendo un deber redistributivo a favor de las mujeres. Es una buena noticia para el feminismo. Pero, por el otro lado, no promueve cambios sustanciales al modelo de seguros privados ni afecta las ganancias de las aseguradoras. Esa no es una buena noticia para el socialismo. Alguien tenía que ceder y -para variar- cedió el feminismo. El discurso de sus principales dirigentes políticas se centró en la ilegitimidad de las utilidades de las Isapres antes que en advertir que Piñera estaba corrigiendo una injusticia que afecta estructuralmente a todas las mujeres en razón de su mera capacidad de maternidad. Es cierto que el gobierno tiene poco interés en arruinarle el negocio a las Isapres. Pero esa es otra discusión. Darle prioridad en el contexto actual es retrasar los cambios que mejoran la calidad de vida de las mujeres. Aunque le duela en el alma a las sinceras feministas que sienten que su causa es necesariamente de izquierda.

El gobierno pudo haber estado preparado para esta discusión ideológica. Habría contraatacado acusando a la izquierda de restarse en el afán de construir un mundo más equitativo entre hombres y mujeres. Pero ni siquiera tenía muy claro en qué consistía su propia propuesta. Era ingenuo esperar otra cosa: la improvisación suele reinar en la solucionática.

Link: http://www.theclinic.cl/2018/06/02/columna-cristobal-bellolio-la-solucionatica/

FEMINISMO KING KONG

junio 1, 2018

por Cristóbal Bellolio (publicada en revista Capital del 25 de mayo de 2018)

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Virginie Despentes es una de las referentes literarias del feminismo contemporáneo. Su “Teoría King Kong” acaba de llegar a las librerías chilenas con traducción de Paul B. Preciado (otra figura icónica del llamado postfeminismo). No se trata de un denso tratado filosófico sino de un relato biográfico tan crudo como lúcido respecto de la asimetría de poder entre los sexos. Especialmente, como advierte Despentes, cuando te toca ser más King Kong que Kate Moss.

“Seguramente yo no escribiría lo que escribo si fuera guapa”, dice en la apertura, “tan guapa como para cambiar la actitud de todos los hombres con los que me cruzo”. Despentes reconoce que escribe desde la fealdad. Al hacerlo, reconoce que su mirada está determinada por el lugar que ocupan “las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica” en la jerarquía social. Dicho de otra manera, el resentimiento de Despentes está justificado porque en un sistema que evalúa a las mujeres de acuerdo con su valor estético, a ellas les toca la peor parte. Al frente están las que puntean en lo alto en el ranking de la seducción y la feminidad. Ellas tienen pocas razones para subvertir el estatus quo. A ellas les “convienen las cosas tal y como son”. No es raro, desde esta perspectiva, que las principales defensoras de los concursos de belleza y el derecho a la cosificación sean justamente las que pueden ganar estos concursos u obtener importantes réditos de su propia cosificación. Despentes dice que no tiene nada contra ellas porque en el fondo las entiende: ella no vería el mundo como lo ve si le hubiese tocado poseer el recurso que el patriarcado más valora, ése que determina las posiciones en la estratificación social. Pero tampoco puede quedarse de brazos cruzados: tiene que rebelarse.

Los hombres, en cambio, son socialmente evaluados a partir de varios criterios. No son reducidos a su aporte estético, tal como ocurre en la recién estrenada comedia Je ne suis pas un homme facile de la directora Éléonore Pourriat. La película es desconcertante porque nos cuesta mucho imaginar un mundo donde los hombres son encasillados en los roles tradicionalmente asociados al género femenino, particularmente la carga de generar la atracción sexual. Despentes relata que jugó un tiempo ese rol -de escote, minifalda, y taco alto- y que logró dimensionar -e incluso disfrutar- el poder que emana de dicha posición. Es el poder al cual no quieren renunciar figuras del espectáculo que a la vez se declaran feministas como Beyoncé y Emma Watson. Sobre la primera, la escritora Fiona McCade señaló que no era una verdadera feminista porque la explotación del cuerpo para vender discos es justamente caer en el juego del patriarcado que asigna a la deseabilidad sexual el valor central. Sobre la segunda, la académica chilena Alejandra Zúñiga hizo una crítica similar. El problema de las feministas que giran de la cuenta corriente de la atracción sexual es que no están contribuyendo a un mundo mejor para las mujeres en general. La hipersexualización, dice Zúñiga, las hace aun más vulnerables. Normaliza la idea de que su valor está en la dimensión estética y justifica su exclusión o marginalización en áreas distintas del quehacer social, como la política, la empresa o la academia. Para qué hablar de la violencia sexual.

En este sentido, la mujer King Kong no disfruta de los beneficios sociales de la mujer que “logra cambiar la actitud de los hombres con que se cruza”, y paga igualmente los costos de una sociedad hipersexualizada. Al contar la historia de su propia violación, Despentes desmiente la tesis de que los hombres son animales salvajes que requieren de control y vigilancia para domesticar su libido -muy propia de las sociedades que culpan a la víctima por encender pasiones supuestamente incontrolables. Cree, por el contrario, que se trata de una construcción política y “no evidencia natural -pulsional- como nos quieren hacer creer”. En este debate, Despentes está con Susan Brownmiller, quien en su influyente Against Our Will (1975) sostiene que la violación es una práctica de dominación. Una teoría distinta es la que exponen el biólogo Randy Thornhill y el antropólogo Craig T. Palmer en su controversial A Natural History of Rape (2000), que sostiene que la violencia sexual se entiende mejor desde la psicología evolucionaria.

En materia de porno y prostitución, Despentes adopta un registro más liberal. En este campo, la ortodoxia en el feminismo radical la representan Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon, quienes consideran que el porno es una violación a la igualdad entre hombres y mujeres. Hasta donde entiendo, su posición también es restrictiva en el caso del comercio sexual. Despentes cree que la pornografía cumple una función mediadora que “relaja la tensión entre delirio sexual abusivo y rechazo exagerado de la realidad sexual”. Mucho de lo que nos excita proviene de zonas oscuras y no tiene sentido negarlo, reconoce. La ficción cinematográfica nos permite soltar esas amarras y perder la razón sin daño a terceros. Habiendo ejercido la prostitución durante algunos años, finalmente, la reflexión de Despentes es poderosa. Rechaza el discurso mojigato de la mujer que quiere abolir el mercado del sexo porque en el fondo le aproblema la competencia desleal. No quiere la falsa compasión que ofrece la sororidad. Busca desmitificar que todas las trabajadoras sexuales son víctimas. No es más que una pega bien pagada si tienes pocas calificaciones, declara la autora. Lo que exige es que se ejerza en las condiciones que ellas escojan.

Como se advierte, no es fácil encasillar el feminismo King Kong en una etiqueta.

Link: http://www.capital.cl/opinion/2018/05/24/150712/feminismo-king-kong/